El día que Díaz-Canel cantó “La Guantanamera”

Tengo el alma hecha ritmo y armonía; todo en mi ser es música y es canto, desde el réquiem tristísimo de llanto hasta el trino triunfal de la alegría.

Nicolás Guillén

Eufóricos y rabiosos a un mismo tiempo, los odiadores comparten en las redes, un vídeo de Díaz Canel cantando La Guantanamera con un coro de cubanos y caribeños acompañando el estribillo. Con su voz rota por las emociones y la intensidad de estos días, el Presidente cubano entona los versos de José Martí.

¿Dónde está el crimen? ¿Qué pátina de rabia nubla las miradas y bloquea los sentidos, que no distinguen la cualidad de algo tan elevado como el canto para expresar sentimientos que no caben en los discursos?

La celebración fue en domingo, día de ir a misa y de almorzar en familia en esta parte del mundo a la que también pertenecemos. Pero con más énfasis en el Caribe anglófono, en cuyas islas se reza con fervor en las mañanas y el resto del día se dedica a los seres queridos.

Esa mañana, el Presidente y su delegación fueron con su anfitrión hasta Georgetown, donde funciona un Centro Médico y de Diagnóstico, considerado “la columna vertebral del sistema de Salud” de San Vicente.

Se construyó por iniciativa de Fidel, con asesoría y trabajo de los cubanos y hoy el 80% de sus servicios está a cargo de personal de la Salud de nuestro país que la población local reconoce y aprecia.

No es presunción cubana. En medio del encuentro con nuestros médicos, la delegación supo de un accidente en la carretera de acceso al lugar. De no existir el Centro, los lesionados corrían peligro de perder la vida.

Lo dijo Gonsalves, que nació y creció muy cerca de allí. Él representa a esta circunscripción en el parlamento hace 28 años. Así que llevó del brazo a Miguel (así lo llama familiarmente) hasta donde esperaban sus vecinas y lo presentó como hacen los cubanos cuando les llega un pariente de lejos.

Los caribeños son gente sencilla, por más adornos y colores que pongan en sus casas y en su ropa. Educadísimos, cariñosos y alegres, reciben a los amigos que se han probado amigos en las malas y las buenas rachas -es el caso de los cubanos- como se recibe al hermano que vive afuera.

La diferencia del almuerzo de ese domingo con el de cualquier recepción diplomática, donde Cuba era la invitada, no fueron los platos, sino las palabras. No fue el protocolo sino el sentimiento. Fue aquel gesto de Camilo Gonsalves, ministro de Finanzas, cantando y pidiendo a su par cubano, Rodrigo Malmierca, que lo acompañara. Fueron los dos recitando a Martí como si cantaran. Y fue Díaz Canel tomando de las manos de ellos la invitación y el micrófono para hacer lo mismo. Era como decirle a los vicentinos, con versos martianos y música cubana: “nada que agradecer”.

Porque mil veces habían dado ellos las gracias. En inglés y en español. En los actos formales y en los informales. Y allí, en aquel almuerzo, del que los odiadores hablan como si hubiera sido una bacanal ajena a las carencias del pueblo, Gonsalves recordó un texto bíblico: La ofrenda de la viuda pobre[i].

Lo hizo citando a Fidel, quien tenía su propia versión del texto de Lucas 21. Una y otra vez repetía que la solidaridad no es dar lo que sobra, sino compartir lo que se tiene. Eso explica la solidaridad de los pobres, que la pragmática mediocridad jamás ha entendido.

De esas cuestiones del alma habló aquel domingo luminoso, el Primer Ministro de San Vicente y las Granadinas. Como un predicador en misa o como un agradecido.

Todo lo que la bloqueada Cuba les ha compartido en los 30 años de ejemplar hermandad, él lo hizo ver más bello y más útil con su palabra de acento viril, ronco, emocionante:

“Lo que para ustedes es revolucionario, para mí es cristianismo en acción”, dijo, enfatizando un concepto que vertería varias veces en los días de la visita.

Entonces emergieron de su poderosa palabra las imágenes de los mil sanvicentinos que recobraron la visión con la Operación Milagro, el aeropuerto que hizo posible la cooperación cubana y todo lo que ha hecho la brigada médica por la salud y la vida de sus compatriotas, más trascendente mientras más duros fueron los días del volcán en erupción o la COVID-19 en esta hermosa isla de varias islas.

Nadie se escondió para cantar, ni La Guantanamera, ni los cantos religiosos que después entonaron anfitriones e invitados, dándose las manos en una rueda. Foto: Alejandro Azcuy.

La televisión de San Vicente trasmitió en vivo y en directo casi toda la visita, incluyendo ese almuerzo de bienvenida, brindado por los anfitriones. No se censuró nada. Nadie se escondió para cantar, ni La Guantanamera, ni los cantos religiosos que después entonaron anfitriones e invitados, dándose las manos en una rueda. Qué pena que no lo compartieran todo, quienes subieron el vídeo a facebook, pretendiendo despojarlo de su noble esencia.

No estoy dando explicaciones.

Cuento lo que vieron mis ojos y lo que sintió mi alma aquella temprana tarde de celebración de la amistad y el cariño, desde una colina de Kingstown, donde todavía se camina sobre el polvo de las piedras encendidas por el volcán La Sufriére.

No vi más que conexión de pueblos, reconocimiento in situ de una identidad y una pertenencia a un universo común, por parte de una nueva generación de políticos cubanos que no conocía al Caribe por dentro, aunque ya lo amaba y respetaba por referencias. Sentí el legado de Fidel, de Raúl, incluso de Chávez, en los abrazos espontáneos y frecuentes entre visitantes y visitados.

Y mi pensamiento se elevó a la memoria de Joel James y Rigoberto López, amigos que consagraron sus vidas para que fuera natural e ininterrumpido ese abrazo.

Con ellos aprendí que Caribe es canto, como es luz y color, baile y sonrisa hasta en día de muertos. Fue cantando como soportaron los horrores del esclavismo los antepasados más remotos de los hombres y mujeres que nos recibieron en las breves tierras caribeñas este diciembre, cuando llegamos con Díaz Canel para conmemorar la osadía de cuatro estados caribeños que en 1972 se adelantaron al resto de la América Nuestra para plantar ante el imperio y la OEA, estableciendo relaciones con Cuba.

Si no son esos motivos suficientes para cantar, es lógico que algunos se pregunten todavía por qué cantamos. Ya lo escribió Benedetti y lo cantó, con su potente voz caribe, la eterna Sara:

“Cantamos porque los sobrevivientes y nuestros muertos quieren que cantemos”.

[i] La ofrenda de la viuda pobre

(Lucas 21 ) Jesús estaba en el templo, y vio cómo algunos ricos ponían dinero en las cajas de las ofrendas. 2 También vio a una viuda que echó dos moneditas de muy poco valor. 3 Entonces Jesús dijo a sus discípulos:

—Les aseguro que esta viuda pobre dio más que todos los ricos. 4 Porque todos ellos dieron de lo que les sobraba; pero ella, que es tan pobre, dio todo lo que tenía para vivir.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

3 + 2 =