Entre la militancia de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC), a lo ancho y largo del país, podemos encontrar todo tipo de personas: buenas, regulares, devotos, oportunistas, intelectuales, técnicos, obreros, artistas, los que viven del carnet, los que viven para él…
No es menos cierto que la épica por momentos se diluye en reuniones mensuales y el pago de cotizaciones. Sin embargo, basta una chispa, un golpe de efecto, un apretón de manos de aquel que comparte tus valores, tus aspiraciones, tus sueños de un país mejor, para que todo vuelva a cobrar sentido otra vez, para recordar que perteneces a la hermandad de los abnegados y que los tuyos, los de verdad, son los que rechazan todo privilegio y abrazan el humilde sacrificio de pensar siempre en el prójimo.
Durante el pasado balance de la UJC del municipio Matanzas, sucedió uno de esos instantes que rompen la inercia. En medio de un debate, un joven estudiante de la universidad levantó la mano, tomó la palabra y sacó todo lo que tenía por dentro, todo lo que le preocupaba de su país, de su gente, de su militancia.
Compartió su preocupación sobre cómo las circunstancias habían provocado que nos viéramos menos, para compartir ideas y articularnos mejor. Reconoció estar preocupado por su futuro, por depender de un salario estatal, por la migración, por un largo etcétera.
Solicitó que algún compañero más letrado sobre teoría política le explicara la actualidad que vivimos, y luego nos recordó a todos los presentes en aquella sala que militar en la UJC era echar la suerte con los pobres de la tierra.
Esas palabras sinceras, libres de hipocresía y formalismos edulcorantes, fueron la chispa que hacía falta para enfatizar a todos los presentes en aquella sala los preceptos que asumieron representar y defender.
El joven concluyó su intervención con el juramento de luchar hasta las últimas consecuencias, de no rendirse en construir ese país que sueña para su familia y para los hijos que tendrá, que renunciar sería romper consigo mismo y una falta para con nosotros.
Compartió el desafío que significa estar a la altura de las circunstancias, de encarnar el legado de un Mella, un Villena, un Echeverría, un Guiteras o un Fidel. Después de los aplausos, nada podría impedir que cada uno de los cerca de 50 jóvenes ahí reunidos se abriera con el resto, sin reservas.
Aquel universitario esclareció, del mejor modo posible, el deber asumido con la patria y el papel que jugamos en la construcción de una sociedad mejor.
La UJC, a 62 años, y la Organización de Pioneros José Martí, con 63, constituyen la expresión de un pasado de lucha y de justicia, y como tal deben impulsarnos a participar activamente en nuestros territorios y, a su vez, representar un mecanismo de unión para incidir en la sociedad.
Ambas organizaciones se enfrentan a circunstancias adversas, a una situación económica que afecta directamente la vida cotidiana de gran parte de los cubanos. Por tanto, un momento histórico como este exige mayor protagonismo, integridad, preparación y entrega de la militancia comunista cubana, conscientes del compromiso asumido el 4 de abril de 1962, cuando el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz colocó, sobre los hombros de los jóvenes cubanos, el futuro de la Revolución.