La estrella que ilumina y guía

Cuando un líder político está persuadido de que una «revolución educa, una revolución combate la ignorancia y la incultura, porque en la ignorancia y en la incultura están los pilares sobre los que se sostiene todo el edificio de la mentira, todo el edificio de la miseria, todo el edificio de la explotación», el hombre de conciencia honrada no tiene otra alternativa que creerle.

En Fidel, como en Martí, se enlaza armónicamente el pensador con el hombre de acción. Desde el alegato mismo en su defensa por los sucesos del 26 de julio de 1953 en los muros de cuartel Moncada, el futuro líder del proyecto revolucionario, que pusiera fin a siglos de explotación y miseria, dejaba explícito ante el mundo su interés por una educación inclusiva y gratuita como base de su reconocimiento a la dignidad plena del hombre. Y fue certero ese ideal, pues bien se sabe que la educación acerca con entusiasmo al ser humano al arte en todas sus manifestaciones.

Un hombre instruido será siempre libre; libre de pensamiento y de realizaciones individuales y colectivas, porque como bien apuntalase el Apóstol, en su ensayo Nuestra América, las repúblicas han purgado en las tiranías su incapacidad para conocer los elementos verdaderos del país, derivar de ellos la forma de gobierno y gobernar con ellos; pensamiento este que le permitió al Comandante en Jefe conducir con éxito los destinos de un programa emancipador.

Es imposible no encontrar las huellas de Fidel en los sucesos culturales más importantes de la Isla desde el triunfo revolucionario, un triunfo que transformó para siempre el estatus sociocultural de la vida de los cubanos. La Campaña de Alfabetización constituyó un golpe formidable contra los que pretendieron destruir la alegría del pueblo, crecido y feliz, ante las primeras medidas que lo favoreció y lo ennobleció como nunca antes. Ese empeño fidelista era la reafirmación misma de aquel argumento martiano de que ser culto es el único modo de ser libre. Cuando, en 1961, Fidel declaraba a Cuba territorio libre de analfabetismo, entonces los cubanos fueron más libres.

Todas las inauguraciones que vendrían después en pos de una cultura, que fuese patrimonio de la nación y su salvaguarda a la vez, fundaron los cimientos para consolidar, con todos los fundamentos de la justicia necesaria, el escudo espiritual de una Revolución socialista capaz de situar en manos del pueblo su defensa, conservación y desarrollo e igualmente de mostrar su vocación cultural ante el hecho de una tesis transformadora que iba mucho más allá del simple cambio de gobierno, que su humanismo se encontraba en la renovación sustancial de la sociedad, en la que el arte y la creación literaria tendrían una responsabilidad meridiana.

La Revolución despejaría todas las puertas a ese pueblo que habría de liberar las fuerzas tremendas de su espiritualidad, concebida como un crisol hermosísimo de intereses diversos y sincréticos al mismo tiempo. Siglos de opresión y de ignominia eran barridos por una nueva cultura, la cultura de Fidel y de su revolución triunfante.

Y cuando el derrumbe del socialismo europeo parecía que iba a arrastrar en su caída a la Revolución Cubana, otra vez el pensamiento orientador de Fidel encontró en la cultura la fórmula salvadora. La creación de importantes instituciones, gracias a su genio siempre renovado, asomarían sus rostros para elevarse de utopía a realidad cumplida. Los sueños de adolescentes y jóvenes se multiplicaron en el noble propósito de convertir al país en el más culto del mundo: la Escuela de Instructores de Arte (EIA), la Universidad de las Ciencias Informáticas (UCI), la creación de los Joven Club y de las Ediciones Territoriales con sus miles de libros y revistas publicadas en los duros años del periodo especial, la masificación de los sucesos culturales determinantes en el país, díganse, ferias del libro, festival de las artes en las montañas, festival del ballet, la conservación del festival del cine latinoamericano, entre tantos, fijó ante los ojos asombrados del mundo que la Revolución gozaba de mucha salud y de profundas razones populares.

La huella de Fidel sigue siendo la luz que nos muestra el camino, la plataforma de que, sin una cultura raigal defendida por sus creadores y espectadores, no habrá revolución socialista que soporte, con hidalguía y vocación de existencia, los bombardeos inmisericordes de un imperio, deseoso de engullirse lo mejor de nuestras esencias. No hay dudas, la cultura y la conciencia seguirán salvando su Revolución.

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