El derecho de soñar eternamente con la radio

La radio, esa fiel compañera de nuestras cotidianidades y procesos socioculturales, es la gran homenajeada en una telenovela audaz, polémica, que ha elegido plasmar los contrastes de la sociedad en la que habitamos desde la entrega y la honestidad. El derecho de soñar nos ha puesto frente a los ojos lo difícil que es hacer radio en un país cercado de disímiles maneras, pero que no renuncia a derechos más que legítimos: soñar y crear.

No fue poca la resistencia de algunos sectores del público hacia la serie en sus dos etapas; pero la segunda contó con la complejidad de intentar mostrar los procesos creativos del medio, de una manera efectiva, dinámica y que no atentara contra la dramaturgia de la obra. La experimentación de fórmulas y guiños genéricos fue clave para que el espectador resonara con el producto.

Tanto el guion original a manos de Ángel Luis Martínez y Alberto Luberta Martínez como la puesta en escena de este último en conjunto con Ernesto Fiallo, optaron por utilizar rasgos del género documental para homenajear nítidamente a figuras y estaciones radiales que han sabido contar desde las ondas radiofónicas el día a día del cubano. Los pequeños dramas humanos de creadores, muchas veces invisibles para el resto de la población, fueron capturados con mucha verdad; no podría ser de otra manera contando con la pluma de dos hombres tan conocedores del medio, que lo respetan y que lo saben vital en esta sociedad que cada día construimos entre todos.

El dilema de una veterana actriz intentando trascender sin renunciar a su pasión, la imposibilidad de un joven técnico de sonido de seguir trabajando en su puesto por la falta de un título legal, o el empeño de un trabajador de echar a andar un estudio de radio mediante su esfuerzo individual, entre otras subtramas, esbozan desde una estructura fragmentada verdades de la gente de la radio que tan bien conocen los autores.

La decisión de colocar como protagonista a un personaje tan arquetípico e imperfecto como Daniela fue una medida valiente e inteligente por parte de los guinositas. El arco del rol ha ido evolucionando según su contacto con la radio, verdadera protagonista de la entrega. Los autores no tienen pudor al usar todos los recursos del melodrama tradicional: los secretos, intrigas, bajas pasiones y otros elementos, le dan una apariencia clásica a esta obra, contradictoriamente innovadora, en ruptura constante del género del que parte y pletórica de guiños culturales.

La construcción de los diálogos es intencionadamente radiofónica, pero muy efectiva; en ocasiones más funcional que los diálogos de otras producciones dramatizadas del pasado. Aquí hay dos autores que saben jugar con el lenguaje popular, llevándolo a terrenos de un lirismo urbano, muy poco frecuente en los melodramas televisivos.

Los realizadores Alberto Luberta Martínez y Ernesto Fiallo eligieron una representación de la realidad bastante cercana, con luces y sombras, y una diversa recreación de estatus sociales. Aquí no todo es perfecto ni todos “viven bien”, algo que es reforzado desde la ambientación (Eduardo Mora Osorio y Francisco López Ramírez) y la dirección de arte (Miguel Ángel Tur).

Al cambiar de época, la fotografía de la serie (Jorge Luis Frías y Carlos Talavera) fue quien lideró esa transición, iluminando la visualidad, permeándola de colores y mostrando un ciudad clara, bella y llena de contrastes sociales.

El derecho de soñar es una de las novelas pos-pandémicas que mejor han asumido la grabación en exteriores, dándole movilidad a las escenas, haciendo un buen uso de los extras y desplazando la cámara de manera magistral.

El sonido directo en esta serie es totalmente efectivo. Gracias a su buen diseño los diálogos no se pierden por el ruido ambiente o un mal uso de la banda sonora, todo lo contrario. En ese sentido, Carlos Enrique Pérez y Carlos Izquierdo se encargaron de captar un ambiente sonoro en consonancia con la naturaleza de la historia y con el medio al que se rinde homenaje.

El trabajo con los intérpretes es en extremo interesante, partiendo de la dirección de actores en manos de Yailín Coppola. La experimentada actriz devenida directora, les hace ver la importancia de particularizar las pequeñas cotidianidades de sus roles, desde las cadenas de acciones y una gestualidad lo más precisa posible. Algunos actores comprenden esta pauta mejor que otros, pero el resultado global es bastante satisfactorio.

Jessica Aguiar interpreta a Daniela, nuestra protagonista, que es a su vez, uno de los personajes más contradictorios y tridimensionales de la telenovela. Hay un mundo interior complejo en Daniela que Aguiar trata de ir develando poco a poco, pero en ciertos momentos carece de sutileza, matices. Hay un procesamiento del conflicto del rol muy epidérmico. La evidente organicidad de la actriz la salva en muchos aspectos, pero aun así no logra ser empática ni salir airosa de enfrentamientos duros con figuras de la talla de Jorge Martínez, que se la tragan en escena. Otra cosa que afecta a la actriz es la dicción: no siempre coloca las consonantes donde van, y en otros momentos las coloca de más, sintiéndose artificiosa. Su respiración también falla en los finales de frases, sobre todo en escenas de una gran carga dramática.

Jorge Martínez vuelve a demostrar de qué está hecho como actor, entregándonos un personaje entrañable, humano, pero pletórico de ambigüedades y contradicciones emocionales. Reynaldo es un ser entregado a su mayor pasión, la radio, a la cual venera y respeta, pero con la certeza de que debe ser transformada para los nuevos públicos emergentes. En esa búsqueda de renovación formal, el personaje se enfrenta a las ideas contrapuestas de un hombre al que admira, al que llama profe y el cual es su mayor referente. Todas estas capas del rol son asumidas por Martínez con mucho rigor, intelecto y una empatía desmedida con el púbico, el cual queda rendido ante semejante actor y su criatura. La cocción a fuego lento de su historia de amor con Daniela ha permitido que Martínez construya una química desde las atmósferas, los silencios, las miradas. Solo un intérprete como él podía lograr tal hazaña en una etapa tan avanzada de la trama.

Ray Cruz vuelve a envolveros con su talento a través de un personaje, en extremo complejo y ambiguo. Su Igor es una criatura provista de capas, de verdades a medias. El actor, con esa inteligencia que lo caracteriza, procura seguir las pautas del guion, y confundirnos lo suficiente, para no saber si amar u odiar a este personaje en ocasiones tan humano, y en otras tan cercano a la lascivia.

La actriz santaclareña Yolepsis González hace su aparición en televisión nacional con un personaje dulce, maternal, pero conflictuada por varias razones personales y profesionales. Vivian es una mujer cálida, aparentemente serena pero comprometida con la crianza de su hijo adolescente y con su labor periodística, llena de inconvenientes y peligros. La actriz dota al rol de mucha energía, precisión escénica y un uso de la voz y dicción envidiable. Proveniente de la radio santaclareña, González es una intérprete que entiende las directrices de la criatura; va de menos a más en su confección y no renuncia a su corrección en el decir. Su incorporación a la televisión nacional es algo que se agradece y que debe repetirse en futuras producciones.

Juntar en historia y energía a dos actores jóvenes, pero tan comprometidos con su profesión como Denys Ramos e Íngrid Lobaina, fue un acierto. La química entre ambos es innegable; tanto así que por momentos se roban el protagonismo. Aquí hay dos actores colaborativos, inteligentes, que crean una burbuja emocional para dominar la escena, para hacerla visceral, magnética ante los ojos del espectador.

Sentar a la familia cubana a ver esta telenovela un tanto atípica por el mundo laboral y artístico que recrea, no ha sido tarea fácil. Mucha resistencia ha tenido la obra por parte de un gran sector de la población, incómodos quizá con la recurrencia del entorno radial y sus dinámicas. Pero los obetivos de la obra han sido logrados con creces. No somos pocos los cubanos que hemos vuelto a reconectar con nuestra radio nacional y con sus anónimos artífices; hombres y mujeres como nosotros, que tienen en sus manos el enorme compromiso de hacernos soñar eternamente con la radio.

Escrito por: Jordanis Guzmán Rodríguez

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