“El amor, madre, a la patria…”

Hay personas y empeños que hacen más bella nuestra bandera. Cuba realiza en varias provincias su intervención sanitaria con los candidatos vacunales y Santiago es una de ellas. Ayer vi la bandera en el policlínico donde participé en la fase tres del ensayo. Hoy, en el consultorio de mi barrio.

Como si fueran pocos los simbolismos de esta heroicidad, mi madre recibió su primera dosis de Abdala en el vacunatorio que funciona en la primaria núm. 44 Pepín Salvat, donde estudié de preescolar a sexto grado. En ella resumo a todos los santiagueros que ya llevan en un hombro este logro de la medicina cubana.

Hoy en el consultorio vi a muchos de mis vecinos, como ese de la foto con ojos sonrientes. Entro y converso con ellos, casi todos personas mayores; les hablo de mi propia seguridad, pues aunque aún no sé si fui placebo, saberlos protegidos me protege.

Hay una guitarra resonando en el salón de espera. Una abuelita me escucha y me dice: “Ayer cumplí 81 años. Qué mejor regalo que darme salud”; otros se animan en su timidez y oigo: “Gracias, Cuba; esto es la Revolución”. Son las palabras de la gente sencilla que veo en el día a día. La misma gente que resiste y está lejos de las resoluciones de diputados con orejeras.

Mi vecino-mensajero Rafael, Camilo el delegado, los de mi CDR, completan una lista de quienes no pueden llegar hasta el consultorio: serán vacunados en sus casas. Los médicos, y los estudiantes que apoyan, conocen a todos, porque viven en el barrio. Llega un termo con café… se oye un aplauso a la guitarra… Es casi un día normal, pero en realidad todos se saben parte de algo excepcional, histórico, único.

¡Yo también, mi Cuba grande!

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