Bloqueo vs turismo: A quién quieren engañar

 

Si la economía cubana es el blanco perfecto del bloqueo genocida de los Estados Unidos contra esta Isla, es en el sector turístico donde se hospedan las más variopintas sanciones hacia la estratégica industria, consagrada como la segunda fuente generadora de divisas de la Mayor de las Antillas.

El ataque contra el destino Cuba nada tiene de casual. Sus atributos naturales, históricos y culturales, las competencias profesionales de los recursos humanos, seguridad social, la ausencia de conflictos bélicos, y un pueblo afable y genial anfitrión, entre otros factores, lo convierten en un competidor de peso y, a 90 millas aquí, eso lo conocen muy bien.

Si algo no se pueden permitir los enemigos cubanos es la llegada a las arcas del Estado de las potenciales riquezas de la industria de ocio antillana, impedida de rendir de acuerdo con sus reales posibilidades, y ello la pone en desventaja. Un dato lo ilustra. El turismo solo puede acceder al 50 por ciento de los viajeros visitantes del Caribe, lo cual coloca un paso delante a Cancún, República Dominicana o Jamaica, los clásicos competidores de esta Isla.

Otro gallo cantaría si no hubiera bloqueo. Sin embargo, la genocida política sitúa a esta tierra como la única donde los estadounidenses no pueden viajar libremente como turistas, muy irónico si se tiene en cuenta cuánto desde Washington se acusa a Cuba de violar los derechos humanos.

La decisión lacera un mercado norteamericano amante de los atractivos del Verde Caimán e impedido de sacar provecho de la cercanía geográfica. Cuando la administración Barack Obama abrió el banderín bajo el amparo de doce categorías, el turismo cubano se puso de moda para los yanquis y para el mundo.

Lo que nació con Barack murió con Donald

Ese boom molestó. Llegó Donald Trump a la presidencia y mandó a parar. Lo hizo callándole la boca a quienes apostaban por sus dotes empresariales y sus éxitos en la hotelería y en un quizás nunca concretado. El magnate usó poder y sapiencia para cortarle el agua y la luz al turismo de aquí.

Para muestra, varios ejemplos. En junio de 2020, el Departamento del Tesoro de los Estados Unidos notificó a Marriott el cierre de la operación del hotel Four Points by Sheraton en La Habana, poniéndose fin así al contrato firmado en marzo de 2016, lo que marcaría un suceso sin precedentes en la relaciones comerciales entre ambas naciones en 58 años de Revolución.

Trump quiso imponer récord en la severidad de restricciones y lo consiguió. Se volvió el malo de una realidad que nada tiene de ficción. A nueve días de dejar la Casa Blanca, incluyó a Cuba en la lista de países patrocinadores del terrorismo, de donde la sacó Obama en el 2015.

El jaque mate de esa partida la había iniciado cuando decidió convertirse en el primer presidente en aplicar el Título III de la Ley Helms-Burton, con marcada incidencia en la ralentización del avance de los negocios, al recibirse demandas que afectan a varias compañías cubanas y extranjeras y crear un panorama de inseguridad para las inversiones foráneas.

Como si fuera poco, y quién sabe si disfrutando de un tabaco cubano, firmó la prohibición de los viajes a Cuba de los aviones privados y corporativos, y también de los cruceros, veleros, barcos de pesca y otros aviones y embarcaciones similares.

Sus diabólicas travesuras no terminaron ahí. Le dio un tiro al corazón a los viajes educativos grupales people-to-people, categoría con la que tantos artistas de un lado y del otro disfrutaron.

Los datos no mienten

La afectación monetaria del bloqueo a la industria de ocio supera los 38 mil 722 millones 600 mil USD, un número al que mucho tributa la ausencia de emisiones de flujos turísticos desde los Estados Unidos.

A la Isla también la daña el hecho de competir en condiciones complejas, debido a la adquisición de productos e insumos hoteleros en latitudes tan lejanas como Europa y Asia, la inaccesibilidad a importantes compañías publicitarias internacionales, dos obstáculos complejizados por la existencia de sostenidas campañas anticubanas, dirigidas a desacreditar el destino antillano.

“Ellos se lo pierden», dice en gesto de resignación el arrendatario Joel Báez Almeida, dueño de uno de los negocios de mayor recepción de viajeros estadounidenses, llegados a Matanzas al amparo de las 12 categorías de viaje.

«Es un cuento eso de que el bloqueo está hecho para dañar al gobierno. Resulta que es todo lo contrario. Las medidas de Trump cerraron las puertas a la prosperidad surgida con Obama. Es un retroceso muy grande. Tengo conocidos en La Habana que lo han sentido más. La suspensión de los cruceros los golpeó con fuerza», lamenta el representante sindical de los dueños de cuartos y hostales en la urbe matancera.

Y a Báez Almeida no le falta razón. Los enemigos de la Revolución cubana insisten en transmitir la idea de que el bloqueo, recrudecido con alevosía por Trump, daña solo al gobierno y no al pueblo. La realidad lo desmiente.

En los 422 hoteles y casas de arrendamiento donde los estadounidenses tienen prohibido alojarse, ocupan puestos de trabajo cientos de hombres y mujeres. Este, es el pueblo, la población laboral afectada por una política fabricada, nadie lo dude, para dañarla. ¿Quién es la víctima?

 

 

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