Hay lugares por los que parece no haber transcurrido el tiempo. Sus parajes, su gente, mantienen vivas tradiciones que los hacen únicos.
Así, en el batey William Soler, antiguo ingenio San Ignacio, la historia se respira a flor de piel. Se encuentra ubicado al sur del pueblo de Agramonte, al cual pertenecía desde su fundación con el nombre de Cuevitas.
Como en todos los centrales demolidos en los primeros años de la Revolución, sus habitantes cambiaron la actividad laboral, en este caso hacia el cultivo de los cítricos y la agricultura, aunque un número importante se mantuvo vinculado a la producción cañera y al central Santa Rita de Baró, hasta donde fueron llevadas sus cañas por la línea férrea.
La consulta de varios documentos, así como el contacto con las familias y descendientes de esclavos permiten hoy el acercamiento a su historia y vigencia.
La historia…
Cuando el Lic. Humberto Rodríguez Hernández, historiador de la Ciudad de Jagüey Grande habla de San Ignacio, la emoción te remite a aquellos momentos de 1810, cuando existían en Cuba 600 ingenios y la mayoría de ellos se encontraba en el occidente del país. Comenzaba por entonces una diferenciación en el desarrollo económico entre el este y el oeste de Cuba.
«Las plantaciones existentes en la isla se fueron extendiendo rápidamente por las diferentes regiones del país, en función de utilizar las excelentes tierras existentes. De esta manera se integrarían en zonas económicas de gran importancia las fértiles extensiones que harían de la futura provincia de Matanzas el imperio azucarero de Cuba», reseña el historiador.
«Ya en el período de 1840-1868, la Jurisdicción de Colón formaba parte del imperio azucarero de la provincia de Matanzas, contribuyendo al aumento y exportación de azúcar cubano. En este momento histórico, a partir de 1845, se funda el ingenio Santa Rita de Baró, conocido hoy como René Fraga. Posteriormente surgieron otros en la zona de Cuevitas, pertenecientes al partido de Jíquimas y por donde entró el fomento azucarero junto a la zona de Claudio, entonces perteneciente a Macurijes.
«En el año 1859 se inicia la construcción del ingenio por el español Evaristo Masa, en 1861 muere y su viuda se casa con José Ventocino, quien después, en 1865 vende el ingenio a Ignacio Urviztago, todos españoles.»
Según refiere Rodríguez Hernández en su investigación San Ignacio, historia y vigencia, en 1870 muere Ignacio Urviztago y compra la fábrica Joaquín Polledo, natural de Asturias, hombre altruista que tuvo a su cargo la construcción de los barracones, el fuerte y la casa de vivienda, y llegó a emitir una moneda propia, local, que por una parte tenía la imagen del indio y por la otra la bandera española y con la inscripción P. Polledo. También edificó lo que se conoce como casa de ingenio.
Joaquín Polledo trajo de Jamaica un Mascavaro, máquina de vapor, y con ella comenzó a molerse en 1878. En 1880 introdujo en la industria un tander Fulton de tres molinos, y aumentó la molida a 160 mil arrobas de caña en 24 horas.
Construyó también 18 km de vías férreas y seis trasbordadores de caña, y sembró en forma de estrellas tres áreas del batey, una con algarrobos, otra con framboyanes y la última con acarias. Rodeó además todo el parque con pinos, muchos de los cuales todavía existen. Es precisamente Joaquín Polledo quien nombra al ingenio como San Ignacio y trae a la casa de vivienda una imagen de Ignacio de Loyola.
En 1906 murió Joaquín Polledo, y su hijo vendió el ingenio a Don Aurelio Fernández de Castro, otro español que también era dueño del central El Carmen, quien lo rentó hasta 1928, año en el que se hizo cargo de la industria Manuel García Herrera, quien llegó a ser senador de la seudorrepública.
«En los primeros días de agosto de 1960 se comenzó el proceso de confiscación de los centrales de Agramonte, y los llamados Santa Rita de Baró y San Ignacio pasaron a manos del poder revolucionario y se llamaron a partir de ese momento René Fraga y William Soler.
«Después molió dos zafras más, la de 1961 y 1962, y para octubre de este año recesaron sus máquinas y comenzó el desmantelamiento. Quedaba atrás una larga historia, 104 zafras, y la formación de una tradición sociocultural que llega hasta nuestros días», resalta el historiador jagüeyense.
Vigencia…
A pesar de haber sido demolido el ingenio San Ignacio desde 1962, hasta nuestros días es admirable cómo sus habitantes han conservado sus tradiciones y costumbres y protegido sus inmuebles. «Aquí, a diferencia de la casi totalidad de los bateyes de ingenios, no existe el barrio nuevo. Son muy pocas las viviendas que fueron construidas después», aclara el historiador Humberto Rodríguez Hernández.
«A pesar de los años se mantienen con algún estado de conservación los barracones con sus arcos de entrada, uno a ambos lados del ingenio. Muchos aún son viviendas de numerosas familias, y varios elementos de la arquitectura colonial saltan a la vista. De igual forma se levanta majestuoso el fuerte en buen estado de conservación , así como la casa del mayoral, la enfermería y la casa de vivienda».
El tiempo no ha podido trasformar la religiosidad en San Ignacio. Allí, en el William Soler se mantiene con plena actividad un asentamiento de Changó fundado en el siglo XIX por los esclavos. Hace años han retomado un espacio para la capilla católica y el antiguo laboratorio, pues el inmueble que tenía estas funciones fue entregado a una familia para vivienda. Acompañan a estos elementos del patrimonio tangible unos añejos algarrobos que permanecen en pie, a pesar de las inclemencias del tiempo y la actividad de los hombres.
Comunidad en transformación…
El batey William Soler, antiguo San Ignacio, es hoy una fuente inagotable de historia y tradiciones. Si por un lado ha contribuido a la conservación del patrimonio, la no realización de obras constructivas u otros proyectos ha colocado al lugar como una zona con desventajas sociales.
Es por ello que en las últimas semanas el quehacer de las autoridades del municipio jagüeyense, de organismos e instituciones, se han volcado a la transformación de este sitio de innegable valor histórico para la provincia.
«La Oficina del Historiador y el Centro Universitario municipal Enrique Rodríguez Loeches, junto a los factores y el delegado, realizaron el diagnóstico para determinar allí las debilidades, amenazas, fortalezas y oportunidades», señala Rodríguez Hernández.
A partir de este estudio se pretende una reanimación de las vías de acceso al batey y la restauración del parque central y el parquecito infantil, el círculo social, la bodega y otros espacios para dar solución a largo plazo al problema habitacional y los reclamos de sus pobladores.
«Ya se entregaron antiguos inmuebles para utilizarlos como vivienda. De igual manera, se creará una casa infantil en apoyo a las madres trabajadoras y ya se abrió un aula para la continuidad de estudios», agrega el historiador.
Otras obras de impacto social se planificaron a mediano y largo plazos en el batey, como un organopónico y una placita. Además, ya se trabaja en la atención especializada a las personas vulnerables y desvinculados del estudio y el trabajo.
Sin dudas la conservación del patrimonio, así como elementos significativos de la espiritualidad de sus habitantes, hacen del batey William Soler, otrora San Ignacio, un lugar con potencialidades para ser colocado como testimonio vivo de La ruta del Esclavo.
Fotos: Cortesía del Entrevistado
Estudió Periodismo, Licenciatura en Comunicación Social en Universidad de Matanzas “Camilo Cienfuegos”