Girón preservó a la Revolución

La presencia de Fidel en Girón, con su ejemplo y entereza, agravó el desconsuelo de los mercenarios, quienes apenas 72 horas después reconocieron su fracaso y se entregaron, masivamente

Girón «¡Levántate, que llegó la invasión…!».

Esa voz, con la suma de desesperanza y épica que entraña, corrió de casa en casa en los pueblos más cercanos al escenario del desembarco.

Debió escucharse también en otros lugares bien distantes de Girón, en la Ciénaga de Zapata, pues desde hacía días el país vivía la amenaza del de­sembarco y la agresión.

Muchos cubanos se pusieron a sí mismos la condición de milicianos, y reclamaron armas y municiones para resistir y enfrentar a los mercenarios.

Una buena cantidad de cubanos iba a su primer combate, a exponerse al peligro ante un enemigo bien organizado, armado, con un buen apoyo, pertrechado hasta los dientes y con un plan artero.

Pero, además del ardor patriótico y la justicia, tenían a su favor unos ideales que defender y una causa por la cual entregar hasta la vida.

Los invasores, en cambio, no tenían siquiera por qué morir, porque les faltaba la razón, como aseguró José Ramón Fernández, protagonista de la epopeya.

No combatieron con el valor, el denuedo y el espíritu de victoria con que lo hicieron las fuerzas revolucionarias. En fin, no tenían moral a la cual apelar; solo estaban dotados de perversidad.

Por otro lado, en los momentos más críticos de la batalla, en los instantes más violentos y duros, fue crucial la unidad del pueblo, esa verdadera masa de pueblo que defendió la Patria.

El sueño delirante de conquistar un pedazo de tierra cubana para justificar la verdadera finalidad, la intervención militar directa de las fuerzas armadas de Estados Unidos, no les duró mucho tiempo.

La presencia de Fidel en Girón, con su ejemplo y entereza, agravó el desconsuelo de los mercenarios, quienes apenas 72 horas después reconocieron su fracaso y se entregaron, masivamente.

A pesar de la sangre derramada, del dolor por la muerte, Girón proclamó su victoria como una hazaña, un triunfo que asombró al mundo y que, por su simbolismo y significado, preservó la Revolución, e «hizo a los pueblos de América un poco más libres».

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