Girón, la Victoria: La batalla decisiva (Parte II y final)

Enumerar las acciones de los Estados Unidos para liquidar la Revolución cubana ya resulta una titánica operación matemática. Pluto fue el nombre que recibió otra de sus definidas herramientas anticubanas que, encabezada por la CIA y el Pentágono, pretendía concretar una invasión mercenaria a dos puntos sureños de la Isla: Playa Girón y Playa Larga. El establecimiento de una cabeza de playa, así como la constitución de un gobierno provisional contrarrevolucionario y simpatizante con la inmediata intervención de los Estados Unidos eran los objetivos que perseguiría la maquinada operación militar.

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La penumbra, apenas recuperada de sus interrupciones previas, descansaba alerta. Otra vez la calma estaba condenada a muerte. El reloj marcaba la 1:30 de la madrugada del 17 de abril de 1961. Expectantes, las fronteras cubanas custodiaban. La sorpresa de los ataques del 15 no volvería a repetirse y había que materializar la defensa revolucionaria prometida el 16. El viento nocturno despeinaba con brío a las olas del mar. Solo las aguas de Bahía de Cochinos serían testigos de la funesta batalla que acontecería.

Mil quinientos hombres eficazmente armados, pertrechados y organizados pertenecientes a la mercenaria Brigada 2506 desembarcaban en Playa Larga y Playa Girón a bordo de cinco buques de guerra, escoltados por disímiles unidades navales norteamericanas. Su fuerza sería suficiente para obstruir la entrada de la resistencia cubana por los tres terraplenes que los separaban de las localidades aledañas. O al menos eso creían. Nuevamente, cual talón de Aquiles, la cortina de superioridad le jugaría a los Estados Unidos una mala pasada y su soñada hegemonía recibiría otra dosis de su propia medicina.

Congregados luchaban exmilitares y esbirros de la tiranía batistiana, latifundistas, grandes propietarios y comerciantes, magnates industriales y demás personas de buena posición económica que habían perdido sus posesiones y privilegios en la nación antillana, contra la capacidad estratégico-táctica de Fidel Castro a la cabeza de los batallones de milicias de Matanzas, Cienfuegos y La Habana, la Escuela Nacional de Responsables de Milicias y su representación matancera, así como la Policía Nacional Revolucionaria, las baterías artilleras del Ejército Rebelde y demás milicianos voluntarios de escasa o ninguna experiencia de combate. Simultáneamente el despliegue de planes para la defensa de todo el territorio nacional provocó la detención inmediata de tres mil elementos desafectos de la Revolución con los que la inteligencia norteamericana procuraba apoyar la invasión mercenaria.

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Tras treinta y tres horas de funesto bregar y confinados desde el amanecer, los mercenarios tuvieron que replegarse hacia Playa Girón. Los revolucionarios habían recuperado el poder sobre distintas posiciones al norte de la Ciénaga de Zapata e iniciaban la ofensiva en dirección a Playa Larga. Mientras otra agrupación de fuerzas cubanas avanzaba desde Pálpite a Soplillar y hacia la carretera que conectaba Playa Larga con Playa Girón, la artillería revolucionaria adquirida en la Unión Soviética y Checoslovaquia demostraba su poder ante las ya no tan confiadas fuerzas de la Brigada mercenaria.

Obligadas quedaban las maltrechas tropas que custodiaban las dos carreteras de acceso a Playa Girón a retroceder hasta la zona de San Blas, mientras la falta de municiones devenía motivo de retirada para los asaltantes de Playa Larga en pos de unirse a sus compañeros invasores en el otro punto de ataque. No quedó más remedio al enemigo que abandonar su puesto y concentrarse en Playa Girón. Eran las 10:30 de la mañana del 18 de abril de 1961 cuando Playa Larga volvió a ser propiedad de las fuerzas revolucionarias.

Pero los asaltantes resistían con ímpetu. En horas de la tarde el Batallón 123 de las milicias revolucionarias fue atacado por más de media hora con cohetes, ametralladoras y bombas de napalm por una de las escuadrillas B-26 de la aviación mercenaria. Pausada quedó la ofensiva revolucionaria debido a las fuertes bajas del batallón 123, mientras la falta de agua y comida arremetía con el 144.

Para finales del día ya estaban a nueve kilómetros de Playa Girón por el oeste, donde se logró reorganizar la tropa, a la vez que más de un centenar de milicianos, heridos o quemados en el bombardeo, eran transportados al hospital de Jagüey Grande para recibir atención médica, mientras la disputa continuaba.

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El nuevo amanecer auguraba otra intensa jornada de querella. La pertinaz preponderancia de la CIA enviaba entonces otros cinco B-26 para hostigar las fuerzas cubanas, mientras dos T-33 despegaban desde la base de San Antonio de los Baños en misión de reconocimiento. Avistada la flotilla norteña por el piloto Enrique Carreras, el aire atestiguaba otro feroz pugilato, del que perecían dos aeronaves mercenarias B-26 engullidas entre llamaradas por el mar, mientras de las restantes, dos huían impunemente y la otra era derribada por las antiaéreas cubanas del central Australia.

Se le escapaban 10 horas a la mañana del 19 de abril de 1961. Los territorios de San Blas y el aledaño pueblo de Bermeja regresaban a manos cubanas. La resistencia mercenaria, cada vez más desprovista de organización, sucumbía ante la pujanza del batallón de la Policía Nacional Revolucionaria, las milicias y los tanquistas encabezados por el líder histórico de la Revolución cubana. Inminente se avizoraba su fracaso, hasta que a las 5:30 de la tarde se confirmaba la noticia. El cerco mercenario había sido completamente derrotado.

La captura de 1197 mercenarios, la ocupación de cinco tanques medianos M-41 y disímiles tipos de armamento, el hundimiento de tres barcazas y dos buques y el derribo de diez bombarderos B-26 derribados costó a las fuerzas rebeldes 176 muertos y más de 300 heridos, 50 de ellos discapacitados de por vida. El poderío de las fuerzas revolucionarias y el liderazgo de Fidel desmantelaban, en menos de 66 horas, las ansias de reinstauración neocolonial de los Estados Unidos en Cuba.

Cinco días después, la vergüenza, la frustración turbaban al presidente Kennedy. Admitía públicamente la responsabilidad de su gobierno en la invasión a Cuba. El prestigio de la Revolución se ensalzaba aún más internacionalmente, gracias a la rebeldía y renuencia de una pequeña Isla que, en contra del dominio de su gigante vecino, protagonizaba la primera derrota del imperialismo en América Latina.

El juramento que ponderaron los revolucionarios materializó su esencia en estas jornadas, el peso de la ignorancia cayó sobre los hombros enemigos. Antes, teñido de sangre. Ya no. Un suspiro de orgullo engrandeció nuestra historia. La entereza cubana regaló otra vez el color a nuestro cielo, de día iluminado por la flameante luz de la Patria y de noche por los eternos héroes que por ella batallaron hasta el final.

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