Un Código progresista y revolucionario

Listo para someterse al escrutinio popular, el proyecto del Código de las Familias merece ser valorado como un todo, más allá de la aprobación o no de determinados artículos. La letra legislativa —redactada por los más reconocidos expertos del Derecho en el país hasta su mejor versión tras el proceso de consulta— aboga por el respeto y la pluralidad en una sociedad moderna. Llegó el momento, a través del voto, de hacerle justicia.

Partamos de un hecho: el texto incorpora nuevos enfoques y términos a la luz de una realidad que coexiste independientemente de nuestros propios criterios y prejuicios. Como los hijos, se parece más a su tiempo. Responde asimismo a un imperativo, que en esta isla es ley: el de pensar en el bien mayor y actuar en consecuencia.

Lógicamente, esa aspiración suprema no puede desligarse de nuestro compromiso como padres, que también nos hemos adaptado a circunstancias y entornos desafiantes. La nuestra fue la generación de disfrutar el cine en casa con un proyector y jugar a las escondidas en el barrio, pero hoy le proporciona a su descendencia el acceso a las tecnologías informáticas, requisito indispensable en un mundo interconectado porque no queremos hijos anacrónicos, fuera de contexto.

Este Código progresista y revolucionario ofrece alternativas a esa y otras circunstancias que van a regular las relaciones familiares para que no se vulneren los derechos de unos por encima de otros, sin desentenderse de otras cuestiones tan vitales como la diversidad familiar, la responsabilidad compartida, la solidaridad, el respeto a los niños y adolescentes, y el reconocimiento de las voluntades y preferencias de las personas mayores.

Y cuando por asociación de significados, nos remitimos al concepto de Revolución genialmente esbozado por Fidel Castro, la norma jurídica sigue esta misma línea de pensamiento: “Es sentido del momento histórico; es cambiar todo lo que debe ser cambiado; es igualdad y libertad plenas; es ser tratado y tratar a los demás como seres humanos (…)”. Más cercano a la realidad del país, el texto se ajusta a la compleja, diversa y plural sociedad cubana actual.

En ese sentido, se propone resolver cuestiones aplazadas por años. Elimina el matrimonio infantil, reformula el reconocimiento de las uniones de hecho afectivas, establece la posibilidad de regímenes económicos matrimoniales nuevos, proscribe el castigo físico o psicológico como forma de educar al menor, introduce la responsabilidad parental en sustitución del arcaico concepto de patria potestad, incorpora un concepto de familia más amplio y más humano…

Además, el Código vigente data de 1975; y en el escenario social han ocurrido transformaciones que alcanzan nuestros hogares. Si bien es cierto que la familia mantiene valores y tradiciones, otros se adaptan a los nuevos contextos vinculados, por ejemplo, al empoderamiento de la mujer y las múltiples oportunidades para cumplir misiones de colaboración internacional.

Así, durante el tiempo que la madre permanece fuera del país, en el hogar se reacomodan las dinámicas y las responsabilidades para el cuidado de los hijos, mientras los padres, abuelos o tías cumplen otras funciones que ahora reciben respaldo legal.

Por ello, un proyecto de tanta justicia social requiere —más que una mirada— un juicio integrador acerca de las ventajas y protecciones para todos. Las dudas en torno a un determinado artículo se pueden entender, explicar y esclarecer, pero siempre desde el anhelo común. “No fabrica ni impone modelos, es reflejo de la realidad cubana. Coloca al país y a su pueblo en una posición que capta las diferencias y las protege. Es un proyecto de sumas y multiplicaciones, resultado de la participación de todos y todas, una ley moderna, inclusiva y protectora de todos los derechos”, sostiene Oscar Silvera Martínez, ministro de Justicia.

Al interior de nuestros hogares, la normativa genera asimismo mucha modernidad. Familias que se constituyen a partir de la unión de cubanos y personas de diversas nacionalidades en un proceso de intercambio cultural y de costumbres, el reconocimiento legal al papel de los abuelos y abuelas, de las madrastras y los padrastros,  el control proactivo de los adultos a los entornos digitales donde se desenvuelven nuestros hijos, la posibilidad de establecer el orden de los apellidos, el hecho de promover el diálogo a través de la mediación como alternativa para la solución de conflictos…

Durante esta etapa de construcción colectiva del nuevo cuerpo legal, el criterio de los expertos ha resultado de gran valía para calar las esencias de la letra que nos invita a comprender los problemas de los otros y a cuidar la vida, la salud, el patrimonio y la felicidad.

Pero también como seres humanos asumamos nuestros derechos y deberes sin prejuicios, con el compromiso de luchar por el bienestar colectivo sobre la base de un amor recíproco, no solo regido a la obediencia, al “yo mando, yo decido”. En el devenir histórico, los cubanos hemos cuidado con celo costumbres y tradiciones abiertos siempre a la renovación, sin que eso signifique una ruptura con nuestras raíces y nuestra identidad.

El Código de las Familias ya se encuentra listo, insisto, para el referendo del venidero 25 de septiembre. El voto debe hacerse con responsabilidad y una certeza: no somos iguales, pero tenemos la oportunidad de ser todos relevantes en el entorno familiar y social.

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