Recientemente la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual otorgó a nuestros científicos la Medalla para Inventores por ser artífices del desarrollo de las vacunas Soberana 01, Soberana 02, Mambisa y Abdala, de evidente eficacia en nuestro enfrentamiento a la COVID-19. Reconocimientos como este nos hacen pensar en cada uno de esos lauros que la ciencia cubana ha acumulado en todo su accionar. Disímiles han sido los acontecimientos en que sus artífices han cruzado sus caminos con la historia y entretejido una extraordinaria trayectoria de éxitos.
Entre esas figuras se halla el médico, higienista, botánico, químico, educador, sabio y humanista Tomás Romay y Chacón, precursor del movimiento científico de la Isla. Nacido el 21 de diciembre de 1764 en la calle Empedrado, en La Habana Vieja, Tomás José Domingo Rafael del Rosario Romay y Chacón fue el primero de dieciocho hijos engendrados por Lorenzo Romay y de la Oliva y María de los Ángeles Chacón. Desde pequeño mostró dotes de agudeza y sapiencia, las cuales fueron reconocidas por su tío paterno el Fray Pedro de Santa María Romay, perteneciente al Convento de los Reverendos Predicadores y con quien efectuó su educación primaria.
Y aunque Romay obtuvo el título de bachiller en Artes y estudió Jurisprudencia en el Seminario de San Carlos, al descubrir en la Medicina la verdadera pasión de su vida, Tomás se entregó a ella de tal forma que, pese a los prejuicios sociales de esta profesión en la Cuba del siglo XVIII, el 12 de septiembre de 1791, se alzó con el galardón de ser el trigésimo tercer graduado de Medicina en la Isla.
Mucho le debe la historia de la medicina cubana a quien, gracias a su tesis sobre el contagio de la tisis, obtuvo la Licenciatura en Medicina el 24 de diciembre de 1791 en la cátedra de Patología en la Real y Pontificia Universidad de La Habana y seis meses después un doctorado en la propia institución. Igualmente fue catedrático de Filosofía y Patología en la Universidad de San Jerónimo de La Habana, decano de la Facultad de Medicina y cofundador de la Real Casa de Beneficencia, donde desarrolló notables labores humanitarias.
Asimismo sobresale la destreza multifacética de quien fungió como uno de los mentores de la primera corriente reformista de finales del siglo XVIII e inicios del XIX como parte del movimiento progresista impulsado por la gran burguesía criolla. Fundó además la Sociedad Económica de Amigos del País, entonces denominada Las Casas de la Real Sociedad Patriótica de La Habana, siendo socio numerario, miembro prominente, de Honor y su director en 1842.
También sobresale el 24 de octubre de 1790, cuando en medio de sus años de práctica médica, cofundó junto al gobernador Luis de Las Casas Aragorri, el Papel Periódico de la Habana, considerada la primera publicación periódica cubana y de quien fue su primer redactor y director hasta 1848. Con escritos que comprenden desde la prosa científica y literaria, la historia, la filosofía y la poesía, sus aportes a la formación de la nacionalidad cubana fueron ingentes. No es sorpresa que colaborara con otros periódicos como Diario de La Habana y Diario del Gobierno de La Habana tanto con trabajos científicos como con versos bajo el seudónimo de Matías Moro.
Pero si un acontecimiento resume la meritoria y prominente integralidad de Romay es su introducción en Cuba de la vacuna contra la viruela a partir de febrero de 1804. En diciembre de 1803 se había desatado una cruenta epidemia de viruela en el continente europeo y tras exhaustivos estudios el físico y científico inglés Edward Jenner descubrió la cura contra la letal enfermedad, ganándose el calificativo de ser el padre de la inmunología.
En aquel entonces en Cuba existía desconocimiento del término ‘vacunación’ y se practicaba la llamada inoculación a partir de la experiencia europea, hasta que en 1802 los médicos cubanos tuvieron conocimiento del procedimiento que, debido al uso de pus de viruelas vacunas recibía el nombre de vacunación. A sabiendas entonces de que la expedición enviada a La Habana por el rey Carlos IV con la vacuna salvadora demoraría en llegar y en detrimento de quienes obtenían ganancias y ponderaban la ineficacia de la vacunación, Romay comenzó en 1803 su campaña por extender a todo el país el procedimiento médico y para ello recorrió la Isla en pos de encontrar e investigar a fondo al virus.
En demostración pública y arriesgando la vida de dos de sus hijos, previamente vacunados y tomados como sujetos de prueba, Romay demostró la efectividad de la vacuna destruyendo todo temor, duda y vacilación respecto a la eficacia del fármaco y en enero de 1804 se desarrollaron las primeras vacunaciones en Santiago de Cuba. Para el 26 de mayo de dicho año, la recién arribada expedición hispana quedó sorprendida al comprobar la exitosa diseminación de la vacuna por todo el país desde el 12 de febrero gracias a la labor de Romay.
Llegado el 13 de julio de 1804 y como estímulo a su labor fue creada la Junta Central de Vacuna para sistematizar esta práctica médica y Romay fue designado su Presidente y Secretario Facultativo. Su trabajo en la organización fue tan destacado que para finales del siglo XIX la viruela pasó a ser una enfermedad poco común en el territorio nacional, pues la vacunación múltiple y su obligatoriedad para toda la población fueron los alicientes centrales de su accionar.
Desafortunadamente el 30 de marzo de 1849 el letargo final llegó a quien es recordado como el primer higienista de Cuba y cuyo inolvidable legado continúa imperecedero hoy, cuando análogamente a su tiempo y en medio de las inclemencias de la COVID-19, late más vivo que nunca su recuerdo en cada exponente del universo científico cubano.

Periodista en Radio Victoria de Girón
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