Precios, la historia de nunca acabar

Eso de que todo está inventado es puro cuento. Por muchos que hayan sido los intentos, todavía no ha aparecido el método, la fórmula…, en fin: la manera de acabar con los precios abusivos en Cuba.

Alguien deduciría rápido que no hay nada que inventar, que basta con que la oferta supere la demanda; y es cierto. No obstante, el quid radica en encontrar un modo de eliminar ese mal en las condiciones actuales, que tardarán aún mucho tiempo en cambiar.

Te acuestas una noche, luego de haberte comido un aguacate que te costó 40 pesos —ya de por sí bien caro—, y a la mañana siguiente, cuando vas en busca de otro, vale 50, 60 o más. Solo un ejemplo que engrosa una lista interminable de productos que, en su mayoría, son de primera necesidad.

En el mercado negro o subterráneo, a ojos de todos como dije alguna vez, los precios se disparan de un día a otro con increíble facilidad; pero el Estado no se queda atrás: en el comercio y la gastronomía a veces los montos superan a los de los particulares.

Desde que el Ministerio de Finanzas y Precios adoptara la decisión de liberarlos, asusta mirar las tablillas en algunos de esos centros. Entonces, lo que constituía una vía de escape para el bolsillo común se ha convertido en un privilegio para los más holgados.

Parece la historia de nunca acabar, una situación que para la mayor parte de la población representa una tragedia. “Todo el salario se va en comida” figura entre las frases más populares por estos días.

Los jubilados y pensionados tienen que hacer malabares para distribuir su cuota mensual. Y es que, mientras la inflación se “infla” cada día más, el salario de ellos se mantiene igualito.

La escalada de precios parece escapárseles de las manos a todos los que de una forma u otra tienen que ver con su regulación, si no cómo se justifica que mientras más pase el tiempo más incosteable se torne la cifra que exhibe cualquier mercancía hoy. En mi criterio, no hay otra explicación. Andan perdidos o a ciegas los responsables de controlar y exigir porque eso no suceda.

Pese al complejo escenario económico por el que atraviesa el país debido a las consabidas causas, un asunto tan sensible tiene que recibir mayor atención. Resulta inconcebible que un paquete de galletas cueste 250 pesos, que un jabón Lis de la bodega se revenda a 50, una frazada de piso a 280 y un file de huevos llegue a valer 750.

Convencida estoy de que quien lea este comentario, además de pensar en lo trillado del tema para el que no aparece ninguna solución, podría añadir incontables experiencias. De igual modo, referir otras tantas aristas muy ligadas a él.

Sin embargo, solo queda repetir lo dicho en otras ocasiones. Es nuestro deber, como parte de este pueblo, denunciar lo que nos afecta. No podemos cansarnos, hasta lograr que algún día, quizás por tanta insistencia, la situación se revierta y se “inventen” o se ejecuten al fin las acciones de control que consigan bajar los precios.

 

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