Olokun, un disco a seis manos

Hace poco más de diez años llegó a Cuba un joven músico argentino con la idea de una estancia corta en La Habana que, por suerte, no cristalizó: su pasión por superarse profesionalmente y su perfecta alineación con el movimiento musical cubano le hicieron cambiar de opinión. Hoy Rodrigo Sosa reside en el país, y sus aportes de ida y vuelta hacia –y desde– nuestras dos culturas son evidentes.

Su principal fortaleza reside en un instrumento de origen folclórico andino: la quena; al cual ha sabido dotar de afluentes no solo propios de su cultura nativa (Sosa proviene del norte de Argentina), sino de otros elementos novedosos como el jazz, la rumba, el bossa-nova o el chachachá.

Todo ello ha sabido blindarlo con sus estudios de flauta en el Instituto Superior de Arte, lo cual ha contribuido a enaltecer académica y técnicamente la quena. Hoy puede afirmarse que es un virtuoso del instrumento, que ha logrado abordajes que eran impensables.

Su carrera en Cuba estaba avalada con varios discos, gracias al sello discográfico Colibrí (La Quenística / 2018, Quena Mainstream / 2021 y Quena Barroca / 2022), y era común su participación en disímiles conciertos y festivales junto a reconocidos músicos cubanos de profunda valía. Pero esa experiencia fonográfica tuvo un hilo conductor protagonizado por Orestes Águila, uno de los más talentosos ingenieros de grabación en el país y, además, productor musical.

Como una idea que podría convertirse en un extraordinario proyecto, a finales de 2022 Orestes le propuso al pianista y compositor Roberto Fonseca un proyecto en el que la quena, a través de la maestría de Rodrigo, pudiera combinarse con el lenguaje renovador y de cromatismos del artista.

 Podríamos definir el embrión del disco Olokun en ese primer tema que supieron concretar ambos músicos. Para este disco se unen el sello Colibrí, Egrem y Cerrito Records (ee. uu.). Fonseca propuso un abanico de posibilidades expresivas con su música, las cuales tuvieron una excelente receptividad en el quenista, y junto a Orestes y otros invitados pudieron ir edificando un camino de innovaciones y transgresiones sonoras desconocidas para ese instrumento.

La inclusión de la soprano Bárbara Llanes, del tresero Pancho Amat, las voces de Nicolás Guillén y Luis Carbonell, así como de un texto en lengua originaria quechua, en voz de la folclorista argentina Kusikilla Catunta, iban matizando un disco raigal en el que también se sumó Zonia Rolin, madre de Rodrigo, quien escribiera y declamara un poema para la ocasión.

El fonograma, dotado con una ejecutoria exquisita en la que se utilizaron más de ocho tipos de quena, transita senderos cuyas pretensiones podrían emparentarse con la rica historia de la deidad yoruba y su reinado en las profundidades del mar. Así de hondo tal vez quisieron sus protagonistas, al legarnos esta colaboración sonora colmada de tanta gracia y talento.

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