Historias después de IAN: Aliuska, una guerrera de Jagüey en Pinar

Aliuska Guerrero Peña se levanta a las 5 de la mañana hace muchos años en su natal Jagüey Grande, en Matanzas. En los últimos 19 días lo hace en esta provincia, adonde llegó con 20 hombres de la brigada que dirige hace casi tres lustros. No harían carbón como en la empresa de Cítricos Victoria de Girón (a la que pertenecen), su misión ha sido limpiar, sanar y ayudar a una ciudad que descubrió después del paso del huracán Ian. Sonríe y parece que a sus 36 años es más feliz.

Tiene las uñas pintadas de rojo púrpura y en cada jornada puede vérsele con botas de gomas negras, una licra, enguatada de mangas largas, gorra y sombrero. Es una jefa que no solo manda, sino que es parte de la tarea. Nada de lo que cuenta es para ella heroico, aunque es la única mujer dentro de las casi 300 personas que han venido a apoyar esta tierra del occidente y se encuentran albergadas en la Escuela de Iniciación Deportiva (Eide) Ormani Arenado.

“Mandar a hombres no es difícil. Me respetan. Nos levantamos a esa hora y terminamos cuando no haya trabajo (6 o 7 de la noche). Aquí no hacemos carbón, pero estamos limpiando y saneando todo. Lo único que no cojo es la motosierra, pero todo lo demás lo hago pegado a mis trabajadores”, dice y vuelve a sonreír como si así espantara los mosquitos de las noches vueltabajeras.

Es la primera vez que Aliuska hace esto, irse de su casa para cumplir una tarea lejos de los suyos. Reconoce lo complejo y duro que es para una mujer separarse de sus dos hijos, esposo y una nieta de 6 años que la llama y le dice: abuela, ¿qué me vas a traer…, cuándo vienes de Ian…???? Lo cuenta y sus ojos extrañan en una lágrima esa voz que sorprenderá con refrescos y confituras guardadas de las que le han dado como meriendas aquí.

“El director de la empresa me pidió disposición y de los 25 de la brigada aquí estamos 20.  Es una experiencia única. No recuerdo haber vivido en Matanzas ningún ciclón así. Me llevaré muchos recuerdos, muchas fotos y esa amabilidad del pueblo pinareño, que se ha portado muy bien. El café no nos ha faltado y todas las personas han sido atentos y respetuosos”, explica con ojos enjuagados de lo vivido.

Indago si tiene un cubículo personal para ella y me invita a pasar al albergue donde convive en una litera como uno más. “Duermo con mis obreros. Cuando voy al baño, dos de mi brigada me cuidan por si alguien no se da cuenta que estoy dentro. El respeto ha sido total, incluso con otras brigadas de camioneros de Azcuba que están en el mismo albergue”, explica sin sentirse preocupada por algo que quizás en otro momento hubiera sido motivo de asombro.

Aliuska junto a su brigada. Foto José Raúl Rodríguez Robleda

Aliuska se ajusta nuevamente su apellido de Guerrero ante las últimas confesiones. “Creo que hay más mujeres que se puedan sumar. Si yo pude, otras pueden. Llevo 14 años dirigiendo esa brigada. Empecé de carbonera. La magia de hacer carbón es proponérselo. Vendría otra vez si nos convocaran. No me gusta mandar solamente, soy su compañera de trabajo”.

Lejos de ser exclusivo el testimonio, me intereso finalmente por sus pocos ratos libre aquí, fuera de la comunicación familiar. Escucha música romántica, ve algunas series en su celular y si le da tiempo miras las novelas de turno en la televisión. “Mi trabajo me gusta, periodista”, increpa con amabilidad, aunque nunca lo puse en duda.

Aliuska es la historia encontrada que de Jagüey Grande llegó a Pinar del Río para iluminar almas. Y Pinar se le clavó en su corazón para la eternidad.

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