Venta de medicamentos: de indolencias y otros relatos

 

A más de diecisiete meses de pandemia en Cuba, de aislamiento, de angustias, de dolor y muerte, se han modificado los modos de vida de la gente.

Aun seguimos en una batalla sin piedad frente a un enemigo invisible que cada día llena de angustia y luto a nuestras familias. Más de diecisiete meses de fatiga pandémica ante un virus cada vez más letal. La Covid 19 nos ha llevado a cometer los más imperdonables errores, al descuidar las medidas de protección, salir de manera imprudente a la calle, olvidar el nasobuco; en fin, somos humanos luchando contra un virus oculto e implacable.

Y ante este panorama tan doloroso y fatigante, lastima e indigna ver a personas inescrupulosas vendiendo las medicinas a precios exorbitantes y al mejor postor. Que un blíster de Azitromicina de tres pastillas —que, además, los especialistas han aconsejado que no sirve para tratar infecciones virales— haya llegado a costar hasta 4 mil pesos y 12 bulbos del Rocephin hasta 10 mil, más allá del asombro, causa un dolor inmenso.

¿Dónde está el pudor de esas personas? ¿Dónde sus sentimientos de humanidad? Los calificativos ahora mismo sobran ante tanta insensibilidad.

Pero lo cierto es que habría que profundizar en la madeja de esta lamentable realidad para intentar hallarle la punta del ovillo. Pues, ¿de dónde salen esa Azitromizina y esos bulbos de Rocephin? La respuesta es obvia, aunque la solución resulte compleja. Los insensibles vendedores no se esconden, pululan en redes sociales y no precisamente con medicamentos importados. La mayoría son fabricados por las industrias farmacéuticas cubanas y prohibida su venta fuera de la red de farmacias. Sí, la respuesta es obvia.

Mas, en medio de ese sálvese quien pueda, está la voluntad colectiva del Estado, que anunció el retorno paulatino a los niveles de producción de medicamentos en el país. Por otro lado, resalta la voluntad colectiva del pueblo, que mayoritariamente rechaza esas conductas, y ante las tantas carencias y limitaciones que nos impone la COVID-19, apuesta por el bien común, el bien de todos y la ayuda de manera altruista a los más necesitados.

Ahí también están los gestos solidarios de los grupos de  WhatsApp y otras redes sociales que donan, intercambian y acopian medicinas y otros insumos para entregarlos de manera gratuita a quienes los necesitan.

Estos sí que son los ejemplos de altruismo distintivos del cubano. Más allá de las carencias, esa es la solidaridad concreta de nuestra idiosincrasia y de los valores inculcados por la familia y la sociedad a lo largo de los años.

Ciertamente, son unos pocos ejemplos ante tantos otros de solidaridad. Y al final, la batalla la ganaremos con el concurso de todos. Con más recursos, sí. Con más medicinas e insumos médicos tan deficitarios hoy, como el propio oxígeno, también. Pero, sobre todo, debemos apelar a la empatía, a la solidaridad, al amor, con más darse a los demás.

No sumemos entonces la desidia a la lista de carencias. No en estos momentos, porque si algo nos ha enseñado esta pandemia, es que no valen la edad, la raza, la orientación sexual o las riquezas. Ante los ojos letales de la Covid todos somos semejantes.

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