Un hotel hecho hospital pediátrico, y la gracia de Lucas

Mientras Alis y Zamara se ajustan las sobrebatas para pasar visita a los pacientes, en una habitación del hotel “Villa Tortuga”, en Varadero, Lucas se entretiene jugando con el celular de su mamá. La instalación hotelera se convirtió en hospital pediátrico para casos positivos a la COVID-19 en toda la provincia de Matanzas desde inicios de julio. Y allí ingresó Lucas un martes de agosto, con síntomas de la enfermedad.

Unos minutos antes, el enfermero Roberto Luis Cuéllar Depestre comentaba que los niños llegan con miedo, pero el temor termina transfigurándose en la sonrisa confiada, o en fotos con los médicos, o en las manitos de los pequeños agitándose en el aire para decir “adiós”, o lo que es lo mismo: “gracias”.

Si en algún momento lloró por el test de antígeno o el PCR –que le saca las lágrimas a cualquiera–, ahora puedo afirmar con toda la certeza del universo que Lucas ha espantado el miedo. Tiene tres añitos, tan cortos como su estatura, y lleva en sus negrísimos ojos una mirada pícara que lanza sobre la doctora Zamara Zamora. Mientras ella lo ausculta, él le pregunta, con esa voz tan graciosa de los niños:

–¿Qué me estás haciendo?

–Oyéndote el corazoncito –le dice la enfermera Alis González Mayo y él, con toda la tranquilidad del mundo, reclina la cabeza sobre los hombros de Yureisy González, su mamá, quien lo tiene cargado mientras Alis y Zamara lo examinan.

–¿Viste la piscina? –le pregunta la doctora Zamara, y Lucas responde con que va a jugar pelota.

Después, la doctora –miembro del contingente Henry Reeve, como Alis y Roberto Luis– comenta que utiliza esa estrategia con los niños: “Como estamos en un hotel convertido en hospital uno siempre bromea con ellos, y les dice que se porten bien para dejarlos bañarse en la piscina. Muchos a veces te responden que no, que esto era un hotel para turistas, pero ahora es un hospital para niños con Covid. Y eso da cuenta del conocimiento que están teniendo los más pequeños con esta enfermedad”.

Zamara, Roberto Luis y Alis llegaron a inicios de julio a Matanzas para apoyar a los médicos locales en la lucha contra la pandemia. El rebrote se ensañaba con la provincia y de todas partes de Cuba vino el refuerzo. Aún están aquí.

“Cuando entramos a inicios de julio los ingresos eran incontrolables, pero en estos momentos hay un descenso”, dice la doctora Zamara y enseguida Alis añade, como si dictara la fórmula: “Esto es una unión de todos, si no, no se puede”.

En la planta baja, a Damara López González se le ponen los ojos llorosos cuando habla del miedo inicial y del “paso al frente”, porque “son nuestros niños”. Como trabajadora del hotel “Villa Tortuga” ella supervisa el trabajo que allí se realiza en el enfrentamiento a la COVID-19 desde hace más de un mes.

Damara es la emoción personificada, o pudiéramos decir la bondad, la sensibilidad. Se desmorona y se le aguan los ojos con cada palabra que dice, pero la voz termina de rajársele justo cuando convoca: “Todo el que se pueda sumar a un centro de aislamiento… que lo haga”.

Para la doctora Zamara, que un niño enferme de COVID-19 es un proceso angustiante para la familia, por lo que, cuando reciben el alta, “uno como médico siente un regocijo muy grande en medio de una pandemia que ha causado tanto dolor y sufrimiento a toda la humanidad”.

En la tarde llega el resultado del PCR de Lucas. Ha dado negativo y hoy mismo volverá a la casa. La vida de un niño –dice el enfermero Roberto Luis– es lo más importante para nosotros.

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