“La juventud está perdida“. Es esta una de las frases que para muchos ya funge como aforismo en el refranero popular y para otros, como el joven que ahora la menciona y que con ella discrepa, es el motivo perfecto para volver sobre nuestros pasos y poner sobre la mesa pruebas fehacientes de su trivial significancia.
Sobran en nuestra historia los actos de heroicidad donde sin la presencia de la juventud en todos y cada uno de sus procesos revolucionarios, nada habría podido conseguirse. Sobran los ejemplos de voluntad, coraje y tenacidad en los que poco importó la edad cuando la libertad, la salvaguarda o el bienestar de la Patria eran el principal objetivo. La Guerra de los Diez Años, Baraguá, el 95, Girón, Maceo, Panchito Gómez, Mella, Pablo de la Torriente, Frank País, un océano de juventud que descolló su valía en cruentas batallas para materializar el esperado triunfo revolucionario aquel primero de enero de 1959.
Uno de esos acontecimientos que aún sigue siendo recordado por la relevancia de sus jóvenes protagonistas tuvo lugar en la tarde del 18 de marzo de 1923, cuando en un acto del Club Femenino de Cuba celebrado en la Academia de Ciencias en honor a la escritora uruguaya Paulina Luissi, el Secretario de Justicia Erasmo Regüeiferos, conocido por sus relaciones con la política malversadora y corrupta del gobierno de turno apenas iniciando las palabras introductorias del evento, fue interrumpido por una enérgica y temeraria voz.
Cuestionada su autoridad moral para personificarse en el certamen, Erasmo Regüeiferos fue condenado decorosamente por el joven intelectual Rubén Martínez Villena, al haber adquirido junto al presidente Alfredo Zayas el edificio en ruinas del Convento de Santa Clara de Asís con fondos del Estado, a un descomunal precio y en un contexto negativo para la economía cubana, motivo por el que este sucio negocio causó repudio e indignación popular.
Villena, junto a su grupo de amigos, con el permiso de los organizadores y asistentes al acto condenó la ilegalidad y turbiedad del negocio. El muchacho rubio, delgado, escueto, de ojos claros y agudos, como lo describió el periódico El Heraldo de Cuba, protagonizó un episodio de civismo y rebeldía que pasó a la inmortalidad con el calificativo de Protesta de los Trece y que se convirtió, por consiguiente, en la primera expresión política de la intelectualidad cubana en su compromiso combativo para con la Patria.
Confluyeron junto a Villena, José Antonio Fernández de Castro y Abeillé, Calixto Masó y Vázquez, Félix Lizaso González, Alberto Lamar Schweyer, Francisco Ichaso y Macías, Luis Gómez Wangüemert, Juan Marinello Vidaurreta, José Zacarías Tallet, José Manuel Acosta y Bello, Primitivo Cordero y Leyva, Jorge Mañach y Robato y José Ramón García Pedrosa, quienes firmaron el denominado Manifiesto de la Protesta de los Trece, documento donde plasmaron la inconformidad de la juventud y su satisfacción por iniciar un movimiento de reacción contra la corrupción gubernamental.
“Nosotros, los firmantes, nos sentimos honrados y satisfechos por habernos tocado en suerte iniciar un movimiento que patentiza una reacción contra aquellos gobernantes conculcadores, expoliadores, inmorales, que tienden con sus actos a realizar el envilecimiento de la Patria.”
Y aunque sus participantes debieron enfrentarse posteriormente a las represalias de Regüeifeiros, quien atacó el ultraje de Villena y los demás protestantes a su persona y a su cargo de Secretario de Justicia, el ahora acusador renunció y los intelectuales fueron finalmente sobreseídos.
Constituye entonces la Protesta de los Trece uno de las más prestigiosas hazañas de la juventud cubana en su afán de libertar al pueblo cubano del yugo gubernamental de la corrupción, el nepotismo y la sumisión a la injerencia del gobierno estadounidense en la toma de sus decisiones. Asimismo el surgimiento y desarrollo de organismos como el Grupo Minorista y el Movimiento de Veteranos y Patriotas demostraron estos intereses patrios de cada uno de los sectores sociales inconformes con el dominio neocolonial y títere que sufrían.
“Hace falta una carga para matar bribones, para acabar la obra de las revoluciones; para vengar los muertos, que padecen ultraje, para limpiar la costra tenaz del coloniaje; para poder un día, con prestigio y razón, extirpar el Apéndice de la Constitución; para no hacer inútil, en humillante suerte, el esfuerzo y el hambre y la herida y la muerte; para que la República se mantenga de sí, para cumplir el sueño de mármol de Martí; para guardar la tierra, gloriosa de despojos, para salvar el templo del Amor y la Fe, para que nuestros hijos no mendiguen de hinojos la patria que los padres nos ganaron de pie”. Así expresó el propio Rubén Martínez Villena en su Mensaje lírico civil, un documento donde denunció el malestar de una generación inconforme con el status de su nación de aquel entonces.
Definitivamente no está perdida esa juventud cuando entre la diversión, las risas y los momentos de travesuras, se asume con premura, responsabilidad y orgullo la herencia histórica de quienes en mocedades previas destellaron su bregar por la independencia y soberanía de Cuba.

Periodista en Radio Victoria de Girón
Periodista 📰, potterhead ⚯ ͛❾¾⚡, seriéfilo 📺, lector 📚 y musicadicto 🎤🎧.