Relato de tres balseros (+ Video)

El naufragio ocurrió el 5 de julio de 2021, a 26 millas de Cayo Hueso. Foto: @USCGSoutheast/Twitter.

Hacía cuatro horas que la embarcación escoraba cuando una ola reventó sobre los 22 cubanos a bordo y los lanzó al agua. Era lunes. El mar, que separa y une, se volvía encabritado ante la proximidad de la tormenta, cuyos vientos alcanzaban 95 kilómetros por hora a las 10:36 de la noche de aquel fatídico 5 de julio.

Justo en ese instante, mientras el ciclón salía de Cuba para adentrarse en las aguas del Estrecho de la Florida, una veintena de voces se gritaban unas a otras para encontrarse en medio del mar, oscuro y furioso: “¡Yaritzaaaa!”, “Marlinnnn…¿¡dónde está Marlin!?”, “Debajo del bote… ¡debajo del bote, coño!”. Algunas respondían. Otras se ahogaban. La rústica embarcación zozobró a 26 millas de Cayo Hueso, Estados Unidos, y nueve cubanos murieron. Solo 13 lograron sobrevivir al naufragio. La tormenta empujaba el bote. Y lo hundía en el mar.

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Yaikel, Yaritza y Marlin salieron de Cuba el lunes 5 de julio de 2021 a las 10:20 de la mañana. No pensaron que la tormenta tropical Elsa los alcanzaría. Zarparon por el Este de La Habana junto a otras 19 personas y el tiempo estaba en aparente calma. Si se miraba al cielo, azulísimo y con sol, cualquiera hubiera negado que el fenómeno meteorológico estaba muy próximo al sur de Matanzas.

Canales de noticias y otros medios de comunicación del país informaban constantemente sobre el recorrido de la tormenta. Las embarcaciones se ponían a salvo. Era quizás el momento idóneo para abandonar la Isla sin ser avistados por las Tropas Guardafronteras de Cuba.

Marlin Leliebre Tiezco (34 años): “Las olas venían de todas partes”

Nosotros supusimos que los guardafronteras no iban a estar tan atentos porque aquí en Cuba todo giraba alrededor de la tormenta. Realmente creímos que nos daría tiempo llegar a Estados Unidos. Una vez allí yo podría ayudar económicamente a mi mamá que tiene 65 años y aún trabaja. Quiero también tener hijos, y en Cuba se me hace muy difícil por la situación económica. Hay ciertos momentos en que la desesperación te lleva a dar ese paso, pero después de esto, si yo para ir a Estados Unidos tengo que ir en lancha, no voy. De esa manera no.

Recuerdo que en el trayecto nos encontramos a los guardafronteras. Nos hicieron señas de que no siguiéramos, que regresáramos porque la embarcación se iba a virar y peligraban nuestras vidas. Ellos tenían seguridad de que eso podía suceder, pero nos resistimos. Yo me quedé callada, pero ninguno quiso retornar. Entonces, los oficiales nos tiraron unos diez salvavidas y nosotros llevábamos tres más.

Seguimos adelante y ya en la noche se viró la embarcación y se desató el infierno. Yo quedé debajo del bote y allí permanecí para salvarme entre el agua y el borde del barco porque no sé nadar. Mi novio se sumergió y me ayudó a salir. Hubo una persona que se enredó con una lona azul que llevábamos, y no salió.

Nos subimos encima de la embarcación. Yo tenía uno de los salvavidas que nos dieron los guardafronteras cubanos, y mi pareja se aguantaba con una mano del bote y con la otra me agarraba por el chaleco para que las olas no me llevaran. Estábamos solos, unos al lado del otro y no nos veíamos las caras. La oscuridad era horrible y las olas inmensas venían de todas partes. La lluvia te ardía la cara.

Cuando el barco se empezó a hundir las personas se iban dispersando. ¡Muchos no sabíamos nadar! Miré alrededor mío y no escuchaba una voz. Estábamos solos mi novio, una amistad mía y yo. Creíamos que no había sobrevivido nadie más a aquella tragedia. Por la madrugada, la muchacha empezó a perder la razón, y murió dos horas antes de que el barco de guardacostas norteamericano nos recogiera. Fueron alrededor de 22 horas en el agua, luchando para no morir.

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En la noche del viernes 9 de julio, el Servicio de Guardacostas de Estados Unidos suspendió las labores de búsqueda de los nueve cubanos desaparecidos tras el naufragio. En la mañana siguiente, ocho de los 13 sobrevivientes fueron devueltos a Cuba.

De acuerdo con el coronel Lázaro Delgado Chaple, segundo jefe de la Dirección de Identificación, Inmigración y Extranjería del Ministerio del Interior, las autoridades norteamericanas alegan que los otros cinco presentan problemas de salud, razón por la cual no habían retornado a la Isla.

En lo que va de 2021, se han producido un total de 37 operaciones de devolución de cubanos, de ellas, una de Islas Caimán, tres de México, tres de Bahamas y 30 de Estados Unidos. Según las autoridades cubanas, 475 connacionales han retornado a la Isla por la vía marítima en este período y 288 lo han hecho por la vía aérea, para un total de 763.

Yaikel Darias Tabares (27 años): “Vi personas ahogarse”

El patrón del barco entró en pánico, comenzó con vómitos. Cogió el timón otra persona y le pasó lo mismo. Fue entonces cuando comencé a guiar la embarcación. Yo había pasado por esto una vez. Estuve cinco días perdido en el mar sin rumbo. En aquella ocasión nos encontraron llegando a México. O sea, yo tenía conocimiento.

De pronto, las olas comenzaron a crecer, alcanzaban tres y cuatro metros. Ya después de las diez de la noche eran olas inmensamente grandes. Llegó el momento en que no pudimos esquivarlas. Nos cogió una por el lado y fue cuando nos viró la embarcación. Hubo personas que nunca lograron aguantarse, otras perdieron las fuerzas y cuando intentabas sacarlos a flote, te empujaban hacia abajo.

Todos nos fuimos separando por grupos. Tú te hundías de pronto, levantabas la cabeza y faltaban dos gentes. Te volvías a hundir y faltaban dos más. Al rato intentabas mirar para el lado y sucedía lo mismo. Lo único que veías eran sombras. Así fue toda la noche, intentando salvarnos…

Amaneció y todavía había mucho oleaje. De mi grupo quedábamos seis: tres de ellos después se ahogaron y quedamos una mujer, un muchacho y yo. A nado, llegamos casi a tierra. Nuestra embarcación se viró a unas 70 millas de Cuba, todo lo demás fue nadando y suerte que el ciclón nos empujaba.

Cuando los guardacostas americanos llegaron hasta donde estábamos, algunos teníamos hipotermia. Me subieron al barco de ellos y no podía caminar ni moverme, por eso me cargaron. Ya no podía hacer nada. Es como si en ese momento yo me hubiese paralizado.

Yaritza Méndez Ramírez (34 años): “Lo mató el frío”

La embarcación era hecha de una pipa, con unos tanques por los lados. Era rústica, pero parecía segura. Tenía unos siete metros de largo. Llevábamos agua, comida, medicina, de todo llevábamos. Yo iba con mi hermano. Algunos nos conocíamos, otros no.

Cuando comenzó la odisea, nos quedamos a la deriva sin nada de qué aguantarnos. Éramos cinco con dos salvavidas. Estuvimos la noche entera tratando de sobrevivir. Yo no me quité el chaleco en ningún momento, pero mi hermano no tenía y se sostenía de mí. Él estaba muy débil y con mucho frío. No pasaron 20 minutos y me dijo que ya él no resistía más… Le dio una hipotermia. Lo mató el frío. Mi hermano falleció en mis brazos.

Yo había escuchado otras historias, tragedias en el mar, pero en ese momento uno no piensa en eso, sino que pone la mente positiva y cree que sucederá lo contrario. Ahora quiero abrazar a mis hijos…

El hermano de Yaritza tenía 37 años y vivía en la casa contigua a la de ella en un barrio de Guanabacoa, con la esposa y el niño. Yaritza habla y se le hace un nudo adentro del pecho mientras reconstruye el naufragio. Traga en seco. Con fuerza maternal dice: “Tengo un varón de seis y una hembra de 14 años. Yo solo pensaba en ellos, que quería volver a verlos, por eso no me di por vencida”.

En Estados Unidos vive el padre de sus hijos. Yaritza cuenta que han pensado en las vías legales para emigrar y reunificar la familia, sin embargo, el visado es un proceso que se ha vuelto insostenible en los últimos años, luego de que la administración Trump cerrara el Consulado en La Habana e incumpliera el acuerdo migratorio de otorgar no menos de 20 000 visas anuales a cubanos.

“Esto sucedió de momento, pensamos que nos saldría bien y sería más rápido”, dice Yaritza mientras enseña las heridas en las piernas y manos que, poco a poco, han ido cicatrizando. Hay otras heridas que no se curan jamás.

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El teléfono da timbre:
–Mi amor…
–¡Mami!
–¿Cómo tú estás, mi vida?
–Bien. Dime de la gente que no se han encontrado… ¿Mami?
–Mi amor, tu tío no está.
–Mira, ¿pero no se sabe si le pasó algo?

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