En su nombre se resumen entereza, decisión, coraje, firmeza. En su alma se resumen el amor y la ternura que solo desborda un corazón puro. En su pecho florece su esencia de madre, porque madre fue de su familia y madre es de un país que la siente suya, y cuyas féminas, a su estirpe fieles, con orgullo, destellan su legado. En homóloga categoría a Carlos Manuel de Céspedes, quien ostenta el calificativo de Padre de todos los cubanos, la Patria contempla orgullosa a Mariana Grajales Cuello, su más cimera progenitora y cuya presencia y ejemplo han perdurado en las generaciones a ella posteriores.
Hija de los dominicanos José Grajales y Teresa Cuello, la madre de los Maceo nació en Santiago de Cuba el 12 de julio de 1815. Aunque hija de una familia mulata libre y criada entre valores y principios morales, Mariana fue testigo de la pobreza y opresión de la entonces Cuba colonial y en especial del lacerante régimen colonial del que la hiriente hostilidad a su raza fue pieza fundamental y cuyas inhumanas consecuencias forjaron en su interior un creciente amor por la libertad.
El amor tocó a su puerta el 31 de marzo de 1831 cuando se casó con Fructuoso Regüeifeiros Hechavarría hasta su muerte en 1840 y con quien tuvo cuatro hijos: Felipe, Fermín, Manuel y Justo Germán. En 1843 inició una relación amorosa con Marcos Maceo, con quien contrajo matrimonio el 6 de julio de 1850. La familia continuó creciendo y progresivamente nacieron Antonio, José, Rafael, Miguel, Julio, Tomás y Marcos, así como Baldomera, Dominga y María Dolores Maceo, quien desafortunadamente falleció 15 días después de nacida.
Aunque la ternura y la bondad de madre siempre caracterizaron a Mariana, su inflexibilidad en cuanto a la disciplina es descrita como una de sus máximas singularidades. Pulcritud en la vivienda, mutuo acuerdo en las decisiones hogareñas y maritales y un amor y accionar patriótico inigualables, conllevaron a que la alegría rebosara en su ser cuando iniciada la contienda independentista de 1868 por Céspedes, no dudara en sumarse, junto a su familia a la guerra y con el valeroso juramento de libertar a la Patria o morir por ella.
Fue notablemente valioso su trabajo en los hospitales de sangre del Ejército Libertador, en la atención a heridos de batalla y enfermos. Asimismo arreglaba la ropa de los soldados, colaboraba en el traslado de armamento y pertrecho al mambisado y fomentaba en pesimistas y desanimados, la confianza en la victoria y la tenacidad y resistencia como las más poderosas armas ante las adversidades que se presentaran.
Las pérdidas golpearon su corazón pero el orgullo por sus partidas lo sosegaron. Regüeifeiros y Maceos combatieron con honor en la Guerra del 68. Mientras Felipe fue fusilado siendo capitán, al igual que Justo, Fermín y Miguel cayeron en la acción de Cascorro en abril de 1874 y Manuel, con grado de sargento, en Santa Isabel. Su esposo Marcos Maceo pereció como sargento en el combate de San Agustín de Aguarás en 1869, mientras Rafael, como general de brigada fue aprisionado al concluir la Guerra Chiquita y enviado a las cárceles de Chafarinas, en Marruecos, donde feneció el 2 de mayo de 1882 y Julio murió heroicamente en la acción de Nuevo Mundo el 12 de diciembre de 1870.
Solo cuatro descendientes varones restaban a la Madre de la Patria al inicio de la Guerra Necesaria de 1895: el general José Maceo y el Lugarteniente General Antonio, que gloriosamente cayeron en combate en julio y diciembre de 1896 respectivamente; así como Tomás y Marcos, que conservaron en sus múltiples heridas el patriotismo con que habían enfrentado el colonialismo español.
Las adversas circunstancias y posibles consecuencias de la firma del ominoso Pacto del Zanjón en 1878, la hicieron partir al exilio y establecerse en Kingston, Jamaica, donde tuvo que soportar los rigores de la pobreza y la intercepción española a la correspondencia de sus hijos encarcelados en la nación ibérica y donde el 27 de noviembre de 1893 falleció a causa del Mal de Bright y por congestión pulmonar, siempre con la independencia de Cuba y la añoranza por su tierra amada como sus más enraizados anhelos.
Toda una vida consagrada al amor, el amor a la familia, a su país, a la nación que la vio nacer y a la que añoró regresar a su partida. Setenta y ocho años de bregar antirracista, independentista y de firmeza devenida ternura. La trascendencia histórica de su figura reluce en cada jornada, en cada accionar, en cada fémina de esta Isla. Pervive con intensidad en nuestros días Mariana Grajales Cuello, la entonces viejecilla mambisa que, según afirmara el Apóstol, “todavía tiene manos de niña para acariciar a quien le hable de la patria“.

Periodista en Radio Victoria de Girón
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