Cualquiera se equivoca en el agro, pero no tantas veces

Buena parte del mundo envuelto en la inflación, y nosotros también.

Cada cual toma sus medidas contra el infausto encarecimiento en el que vivimos, vuelto, al revés, en buena medida, por las consecuencias de la pandemia.

Aunque el bolsillo se resiente en cada visita «al agro», hay productos para comprar y ávidos vendedores prestos a vender. Confiamos en que nuestras medidas vayan poniendo las cosas en su sitio en cuanto a precios y al valor del dinero. Pero mientras tanto, los que comercian frente al público deben contentarse con ganarse el dinero (que no es poco) honradamente, y no recurriendo a trampas y artimañas diversas.

Por supuesto que no son todos, pero lo veo y lo vuelvo a ver; pesos de productos que no son realmente lo que pesan, precios a cobrar cantados con una ligereza pasmosa ante consumidores que hace años  dejaron atrás sus capacidades plenas en las matemáticas, teléfonos móviles utilizados como calculadoras que harían temblar a Pitágoras con sus resultados torcidos, y que son utilizados detrás del mostrador como constancia de que con la técnica «no hay equivocaciones».

Y sin embargo, hace un rato, y una vez más (tantas que he perdido la cuenta) un vendedor ha vuelto a decirme en un agro de Luyanó, tras mi reclamación y envuelto en una sonrisita: «compadre, cualquiera se equivoca».

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