“Céspedes: Más que Patria y Libertad”

Plenos albores de 1874. San Lorenzo, en la Sierra Maestra. Aún dolido por la muerte de su allegado Ignacio Agramonte y Loynaz y su injusta destitución. Fatídicos aquellos 11 de mayo y 27 de octubre de 1873 respectivamente. El placer de educar, rebosante en su mirada, lo condujo a compartir con los más jóvenes sus experiencias previas. Cual maestro a esa causa entregado, los condujo al infinito universo de la lectura y al vasto entramado del juego ciencia, ignorando el cruento destino que aquel 27 de febrero le aguardaba.

Bien conocida es la semilla libertaria que germinó en el alma de un joven abogado y terrateniente bayamés cuyo bregar, contrario al de sus homólogos, lo convirtió en precursor del primer estallido independentista de la historia de Cuba. Hablar entonces de Carlos Manuel de Céspedes y del Castillo es resumir en un epíteto de cuatro vocablos el ímpetu, la valentía, la libertad y el amor por su tierra. Hablar de Céspedes es honrar, desde el corazón, al Padre de la Patria.

Desde proclamar, en detrimento del contexto colonial aquel memorable 10 de octubre de 1868, la libertad de sus esclavos y el llamado a estos de unirse a él en pos de la lucha por la abolición y la independencia, La Demajagua marcó el inicio de un largo, enrevesado y difícil camino del que aún hoy seguimos admirando y extrapolando experiencias.

Frases gloriosas como “Doce hombres bastan para alcanzar la independencia de Cuba” o “soy el padre de todos los cubanos que han muerto por la Revolución”, el primer revés en Yara, la toma e incendio de Bayamo, la Asamblea de Guáimaro…Realmente La Guerra de los Diez Años fue testigo directo del accionar revolucionario de este mayor general del Ejército Libertador y primer presidente de la República en Armas, de quien la historia de Cuba y el mundo pueden deleitarse al documentar su trayectoria.

Sin embargo, para muchos yacen en el olvido o en desconocimiento varias facetas que nos muestran, más que al intransigente libertador, al tenaz intelectual y deportista que en vida fue Carlos Manuel de Céspedes y del Castillo.

Para quien desde pequeño recibió clases de Gramática, Latín, Lógica y Ética, se graduó de Bachiller en Derecho Civil, obtuvo Licenciatura y Doctorado en Derecho, recorrió Barcelona, Francia, Inglaterra, Suiza, Turquía, Grecia, Alemania e Italia, no es de extrañar que dominara las lenguas características de estos sitios y viera, en la traducción, la narración, el periodismo, la crítica, la actuación, la literatura e incluso en la música, nuevos caminos para descollar su destreza académica y artística.

Tradujo al idioma español algunos cantos de la epopeya latina La Eneida, escribió la comedia “Las dos Dianas”, un folleto simpatizante con la defensa del país, diversos poemas, entre ellos La Conchita, así como, junto a Francisco Castillo Moreno, la música de la pieza romántica La Bayamesa de José Fornaris, adjudicada como la primera del cancionero popular cubano.

Asimismo la traducción lo enlazó a otra de sus pasiones: el ajedrez. A partir del 4 de octubre de 1855 el periódico santiaguero El Redactor comenzó a publicar su versión en español de Las leyes del juego de Ajedrez, libro escrito originalmente por el ajedrecista francés Louis-Charles Mahé de La Bourdonnais.

Y es que el juego ciencia fue siempre otro confidente del Padre de la Patria, hasta el punto que, al decir de su ayudante personal el coronel del Ejército Libertador Fernando Figueredo Socarrás, llevaba las piezas y el tablero a través de la manigua y en los duelos rara vez se permitía perder. Incluso el prestigioso historiador Eusebio Leal Spengler reconoció que “solía a veces terminar las partidas de espaldas, por su conocimiento del tablero”.

Destacado en el baile, la esgrima, la equitación y la gimnasia, enamorado de la cacería de puercos cimarrones y venados en las haciendas de su familia y hasta amante de la natación, las dotes físico-mentales del bayamés sorprendían a sus más próximos camaradas.

El iniciador de las Guerras de Independencia encontró en el ajedrez un estratégico trasfondo para preparar las luchas insurreccionales, en la equitación la excusa perfecta para dotar a los jinetes de las mejores tácticas a caballo y en la esgrima la manera de instruir a los que alzarían el machete como el arma característica en la batalla.

Aceptó sólo, por breves momentos, el gran combate de su pueblo: hizo frente con su revólver a los enemigos que se le encimaban, y herido de muerte por bala contraria, cayó en un barranco, como un sol de llamas que se hunde en el abismo”. Así señaló dolido y poético el coronel del Ejército Libertador Manuel Sanguily cuando a 6 meses de la cesantía de Céspedes la muerte reclamó su presencia.

Aquel 27 de febrero el juego ciencia le daría su último adiós. De paño y chaleco, sus mejores galas, vestido y preparado su Telémaco para galopar, decide volcar su saber en la última partida. El estupor mortal se avizoraba. Pertinaz rastreaba la cuadrilla española hasta que sorprendió al Padre de la Patria, quien desprovisto en comparación con sus atacantes fue herido y sucumbió agonizante al letargo final. Dispersas por el suelo quedaron las piezas de ajedrez y por el cielo, cual estrellas, las virtudes de su ser.

 

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