¡Bendita Matanzas!

“A mi pecho te abalanzas con una pasión tan fuerte

que no basta con saberte en mi sangre detenida…”

                                                                                                 Carilda

¡Bendita Matanzas… y sus aguas! Postal antigua que aún exhibe con orgullo su teatro y su botica francesa. Ciudad neoclásica pintada y cantada por artífices, músicos y poetas.

Geografía marinera circundada por ríos y mares que la custodian cual celosos y amantes guardianes. Reconozco a los oriundos del lugar porque sus ojos reflejan eternamente el mar. Amo sus calles impregnadas de ese inconfundible olor a salitre y atravesadas por trenes que cruzan hacia la inmensidad.

Guardas siempre para el caminante algún embrujo en cada rincón. ¿Quién no sucumbe ante un atardecer en tus puentes? ¿Quién desafía los límites de la cordura si se asoma, desde las alturas, a esa ciudad de cocuyos y luciérnagas en que te conviertes de noche?

Cuando se menciona a Matanzas, el caminante y hasta los citadinos, siempre piensan en Milanés –y su alma que aún vaga por la ciudad-; en la botica que en 1882 Triolet y Figueroa abrieran en la segunda Plaza de Armas; y en Sauto. Ellos son el emblema del matancero: la languidez y melancolía del bardo; la fortaleza y firmeza de una farmacia francesa que se resiste a los embates del tiempo; y la doble cruz de arte que identifica la palma de la mano de los matanceros de ley.

¡Qué agravio llamarte así! Merecías un nombre más romántico, menos violento. Un nombre primitivo e indígena. El viajero tiene ante sí un mundo sorprendente por conocer: el abra del Yumurí y su valle; el Castillo de San Severino, que se yergue desafiante; el cuartel de bomberos; las viejas quintas de madera, testimonio arquitectónico de otras épocas; la Ermita de Monserrate; el palacete de los Junco; el hotel Louvre; el Pon Pon, la botica de Triolet y Figueroa…

… Y a ti, vieja ciudad de mis sueños y a tus mágicas aguas, de las que no he bebido jamás. Me inclino ante ti, Matanzas, y beso tus piedras, los adoquines de tus calles, tu lánguido corazón…, para despertarte del sueño.

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