Disímiles han sido los exponentes que elevaron la valía del movimiento feminista cubano a una poderosa trinchera ante los prejuicios de la arcaica, heteronormativa y misógina sociedad en que aún vivimos.
Entre ellos sobresale Ana María de la Soledad Betancourt Agramonte, o simplemente Ana Betancourt, camagüeyana nacida el 14 de enero de 1833 y recordada como una de las más audaces féminas de muestra historia por consagrar su vida a la libertad y abogar por la emancipación de la mujer ante el injusto régimen al que era sometida.
Codearse con paradigmas del creciente brote independentista de una Cuba injustamente colonizada y compartir con el Coronel del Ejército Libertador Ignacio Mora Pera el amor conyugal y a la Patria, fueron alicientes para que tras el Alzamiento de las Clavellinas del 4 de noviembre de 1868, su casa se convirtiera en depósito de armas y municiones y albergue para emisarios provenientes de la otrora provincia de Oriente.
“Úneme a tu destino, empléame en algo, deseo como tú consagrar la vida a la lucha por mi patria”
Motivada por su esposo, quien dio rienda suelta a sus ideales y la efusiva vibra mambisa latiente en su ser, se personificó en uno de los más prestigiosos acontecimientos de la historia nacional: la Asamblea de Guáimaro, donde sus eufóricas palabras le valieron el respeto y admiración de los presentes:
“La mujer en el rincón oscuro y tranquilo del hogar esperaba paciente y resignada esta hora hermosa, en que una revolución nueva rompe su yugo y le desata las alas. Aquí todo era esclavo: la cuna, el color, el sexo. Vosotros queréis destruir la esclavitud de la cuna peleando hasta morir. Habéis destruido la esclavitud del color emancipando al siervo. Llegó el momento de libertar a la mujer”.
Las adversidades para neutralizar las insurrecciones mambisas no se hicieron esperar y Ana fue testigo de ello. El 9 de julio de 1871, junto a su marido en Rosalía del Chorrillo, una guerrilla enemiga los sorprendió. Mora pudo escapar pero la artritis de las piernas de Ana dificultó su huida y calló prisionera.
Tres meses atada a una ceiba, a la intemperie, en la sabana de Jobabo como señuelo para atrapar a su esposo con simulacro de fusilamiento incluido y, pese al suplicio, la resiliencia de su matrimonio con Mora y la Patria fue más fuerte.
“Me pueden fusilar; pero no le escribiré a Ignacio Mora para que se presente ante las autoridades coloniales. Prefiero ser la viuda de un hombre de honor a ser la esposa de un hombre sin dignidad y mancillado.”
El exilio la llevó a México y Nueva York, Jamaica y España. Tiempos duros en que no solo sufre por la injusta condena a los 8 estudiantes de Medicina no sin antes apelar por su inocencia con el presidente norteamericano Ulises Grant, enterarse del cruento asesinato de su esposo Ignacio, conocer al Apóstol José Martí y, ya para cuando la ocupación militar estadounidense se hizo palpable fenecer ante una bronconeumonía el 7 de febrero de 1901.
En un contexto sociopolítico donde la mujer cobra su merecido protagonismo, cabe recordar a esta mambisa que aún nos inspira por llevar en su sangre y en su estirpe la ternura, el coraje, la firmeza y la valía de la mujer cubana.
Con información de:
▶️ https://www.ecured.cu/Ana_Betancourt
▶️ http://www.cubadebate.cu/especiales/2021/02/07/la-carga-mambisa-de-ana-betancourt-revelaciones-120-anos-despues/amp/
▶️ https://www.google.com/amp/s/efeminista.com/feminista-cuba/amp/

Periodista en Radio Victoria de Girón
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