Jesús Menéndez, el líder de los trabajadores azucareros cubanos, cayó asesinado un 22 de enero de 1948 por sicarios pagados por los terratenientes y magnates industriales de la época a los que siempre se enfrentó.
Aunque murió en Manzanillo hace 74 años, el militante comunista y combativo líder en la defensa de los intereses de los trabajadores azucareros, atesoró una rica trayectoria revolucionaria en sus 37 años de vida y su sepelio constituyó una impresionante demostración de duelo popular.
Nicolás Guillén lo inmortalizó en su Elegía a Jesús Menéndez: « ¿Quién vio caer a Jesús? Nadie lo viera, ni aun su asesino. Quedó en pie, rodeado de cañas insurrectas, de cañas coléricas (…) Jesús no está en el cielo, sino en la tierra; no demanda oraciones, sino lucha; no quiere sacerdotes, sino compañeros; no erige iglesias, sino sindicatos. Nadie lo podrá matar».
En 1932 Menéndez crea el Sindicato Nacional Obrero de la Industria Azucarera, se vincula al proceso de radicalización de la Confederación Nacional Obrera de Cuba y en 1934 participa en el IV Congreso Obrero, también llamado de Unidad Sindical, que da una estructura vertical de dirección al Movimiento Obrero Cubano.
En 1936 funda, junto a Lázaro Peña, la Confederación de Trabajadores de Cuba y en 1939 crea la Federación Nacional de Obreros Azucareros, cuando ya era el líder de ese sector de todo el país. Por su labor al frente de los obreros azucareros, es designado el 15 de noviembre de 1939, delegado a la Asamblea Constituyente y en 1940 es electo Representante a la Cámara por el Partido Unión Revolucionaria Comunista, convirtiendo su labor en un enfrentamiento constante a la burguesía y al imperialismo.
Sus conquistas más significativas fueron el Diferencial Azucarero, la Caja de Retiro Azucarero y la Cláusula de Garantía, beneficiosas para la economía cubana y para el ingreso familiar de los trabajadores. También logró el pago de horas extras para los trabajadores, la elevación del salario a los trabajadores azucareros, su inclusión en el retiro, la higienización de los bateyes y otras medidas de carácter social.
La posibilidad de que atentaran contra su vida crecía por días. Compañeros y amigos lo alertaban del peligro, y, consciente de ello, sabía bien a lo que se exponía.
Pero no podía salirse del camino emprendido, ni siquiera aflojar en sus propósitos. No quedaba más alternativa a Jesús Menéndez Larrondo que la de enfrentarse a la muerte.
Héctor Cabrera Bernal y Gabriel Cruz Martín, que investigaron el paso del líder azucarero por Guayos y otras zonas de la región central de la Isla, refieren en su libro Jesús Menéndez: tabaco y azúcar, que en una ocasión en que el incorruptible líder azucarero confraternizaba con los trabajadores de la colonia cañera del Bajío y compartía con ellos el desyerbe de los surcos, algunos le advirtieron que se anduviera con cuidado.
La respuesta de Jesús vino rápida: —”Para qué voy a cuidarme, si de todos modos un día de estos me pueden matar”.
Conocedor del carácter indomable, inclaudicable y antimperialista de Menéndez en defensa de los obreros, el gobierno del Partido Auténtico de Ramón Grau San Martín decidió eliminar al líder azucarero, de lo cual se encargó el tristemente célebre Joaquín Casillas Lumpuy, entonces capitán de la Guardia Rural, en la estación del ferrocarril de la ciudad de Manzanillo adonde llegaba ese 22 de enero.
El capitán Casillas subió al tren en el que viajaba Menéndez con la intención de detenerlo. Debido a su inmunidad como parlamentario, éste rechazó la orden por ilegal y se negó a seguir al militar, dándole la espalda. Casillas entonces le dispara tres veces dándole muerte.
El sepelio de Jesús Menéndez constituyó una impresionante demostración de duelo popular. Desde entonces, los obreros y el pueblo cubano jamás olvidaron a Jesús Menéndez. Las ideas sociales y políticas por las que luchó y murió se confirman hoy en la obra de la Revolución.
