Este 27 de noviembre se cumplen 150 años de aquel suceso atroz e inhumano que marca una de las páginas más triste en la historia de Cuba: el fusilamiento de los ocho estudiantes de Medicina, ocurrido el 27 de noviembre de 1871.
Todo comenzó el 23 de noviembre de ese año, cuando un grupo de 45 estudiantes del primer curso de Medicina resultaron acusados por un hecho que no cometieron y que fue exagerado por las autoridades colonialistas españolas.
La causa: rayar el cristal de la tumba del periodista español Gonzalo de Castañón, una mentira acusatoria del celador del Cementerio de Espada, Vicente Cobas Quiza, quien señaló como responsable a un grupo de adolescentes.
La denuncia contra los jóvenes fue apoyada por Dionisio López Roberts, el entonces gobernador político de La Habana, al que se sumó un consejo de guerra verbal que dictó sentencia de absolución a unos y pequeñas sanciones a otros.
Pero los voluntarios protestaron enérgicamente, obligando al general Romualdo Crespo a ordenar un segundo proceso jurídico que, de manera arbitraria, decidió encausar a 43 jóvenes, con el infame propósito de que señalaran a los posibles responsables de la supuesta profanación.
Como ninguno tenía algo importante que decir, el silencio indignó al Cuerpo de Voluntarios de La Habana, y por supuesto, también al gobierno colonial.Se trataba de dar un escarmiento al estudiantado universitario para que no tomaran partido por la insurrección contra el poder español.
Por ello, las medidas fueron injustas, las sanciones crueles y ocho jóvenes cubanos fueron condenados a muerte.
Sin pruebas, con la mentira como trueque, y la opresión de justificación, prácticamente al azar se culpó a Alonso Álvarez de la Campa Gamba, Anacleto Bermúdez y González de Piñera, Eladio González Toledo, Ángel Laborde Perera, José de Marcos Medina, Juan Pascual Rodríguez Pérez, Carlos de la Torre Madrigal y Carlos Verdugo Martínez, quien se encontraba en la provincia de Matanzas el día del presunto delito.
Las 4:20 de la tarde de aquel 27 de noviembre, en la explanada de La Punta, frente al Castillo de los Tres Reyes del Morro, en La Habana, marcó el crimen perpetuado contra la inocencia.
Más, ante tanta crueldad, se sumó la brutalidad indignante con que recibieron la muerte: los vendaron, les ataron las manos a la espalda y los obligaron a ponerse de rodillas, y fueron ultimados de dos en dos.
A pesar de los 150 años transcurridos todavía impresiona el ensañamiento que el colonialismo español demostró en el crimen contra los ocho estudiantes, que eran inocentes a los cargos que se les imputaron como el de supuesta profanación que no conllevaba la pena capital, como demostró en la propia década de 1880, Fermín Valdés Domínguez sobreviviente de estos hechos que obtuvo el reconocimiento del hijo de Gonzalo Castañón de que la tumba de su padre nunca fue profanada.
José Martí, quien se enfrentó a esos mismos bárbaros que lo enviaron al presidio político por sus convicciones patrióticas, ese mismo año de 1871 salió de La Habana hacia España, como deportado cerca de cumplir 18 años y al conocer del horrendo crimen escribió su poema ¨A mis hermanos muertos el 27 de noviembre de 1871 ¨ en el que en una de sus estrofas proclama el fracaso de la tiranía contra la inmortalidad de sus víctimas.
¡Déspota, mira aquí cómo tu ciego,
anhelo ansioso contra ti conspira:
mira tu afán y tu impotencia, y luego
ese cadáver que venciste mira,
que murió con un himno en la garganta,
que entre tus brazos mutilado expira
