Cómo celebran el Día de los Fieles Difuntos en el poblado de Agramonte

En Agramonte, dicha celebración forma parte de las expresiones tradicionales recogidas dentro del Patrimonio Cultural Inmaterial del municipio, una fecha que se engrandece con el reconocimiento Memoria Viva y se perpetúa como expresión indisoluble del pueblo, que no la deja desaparecer.
Hoy 2 de noviembre, cuando los agramontinos se alistan para llevar a cabo esta tradición, el Periódico Girón trae nuevamente el reportaje que sobre esta celebración realizara meses atrás
 Comienza desde la mañana y se extiende hasta entrada la noche. Quienes asisten llevan consigo, junto a las flores o el agua que después refrescará las tumbas, una tradición que desafía al tiempo, legado de generaciones y orgullo de los habitantes del poblado de Agramonte.
Cada 2 de noviembre, de manera natural y espontánea, se tiende un puente espiritual entre la vida y la muerte. Entonces la calle del Cementerio, trayecto sagrado que marca el último adiós a nuestros seres queridos, se convierte en el espacio más concurrido del pueblo.
En la noche, las luces de las velas iluminan el panteón familiar, repleto de ofrendas.
Así se vive el Día de los Fieles Difuntos en ese poblado jagüeyense, celebración merecedora del Premio Memoria Viva 2020 en la categoría Preservación de Tradiciones, otorgado este mes por el Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello.
La calle ya estaba abarrotada de gente. Unos a pie, emprendían el viaje por la larga y angosta calle, repleta de tierra roja y sombreada por los aguacatales que señoreaban el camino como guardianes de los transeúntes.
Otros, más ancianos o más precoces, enfermos o discapacitados, se montaban en los simpáticos coches, ladeados de uno en fondo, a lo largo de la calle, listos para trasladar al pueblo hasta el lugar de la cita.
 La historia de esta tradición, también conocida como Día de los Muertos o Día de los Difuntos, se remonta a la década de los 90 del siglo XIX, complementando al Día de Todos los Santos, cuyo objetivo es orar por aquellos fieles que han acabado su vida terrenal.
 Al inicio, tras los fallecimientos se convocaban misas en el templo católico y de ahí los cuerpos eran trasladados al Cementerio de La Villa, a unos 15 kilómetros del pueblo, acompañados por la peregrinación de los familiares, a pie o a caballo, para rendir homenaje y enterrar a sus difuntos.
 Según datos del historiador del municipio Humberto Rodríguez Hernández y la especialista municipal de Cultura Popular Tradicional Nancy Polledo Samá, luego de los continuos reclamos de los habitantes del pueblo ante tan larga distancia para enterrar a sus familiares, el alcalde José Lorenzo Hacha logró la autorización para construir un nuevo cementerio, concluido en 1887.
 “Con el surgimiento de la nueva necrópolis, la celebración transcurrió de igual modo, asociada a la iglesia católica. Una vez allí, ofrecían rezos, cantos y oraciones a los fallecidos. Después cada cual se dirigía a la tumba de sus familiares”, asegura Rodríguez Hernández.
 Con el tiempo, la tradición llegó a convertirse en un hecho cultural y religioso, ya no vinculado exclusivamente a la iglesia católica, sino a miembros de toda la comunidad que conservaron y protegieron este ritual.
Aunque la forma de realizar esta tradición es muy parecida a la de varios poblados como Jovellanos, Perico, Güira de Macurijes, Bolondrón y Cabezas, en el caso de Agramonte la fecha adquiere una dimensión mayor, pues durante todo el día permanece el trasiego de personas hacia el camposanto, si bien en la noche se aprecia la mayor concurrencia.
No es necesario llegar al cementerio para ya estar estupefactos. De lejos notamos el resplandor, la luz, la claridad perdida en el cielo estrellado. Son las velas de los muertos… Sí, porque cuando llega la noche, ya la familia se ha unido y se ha ido al cementerio. Y allí, circulando entre todos los sepulcros, encienden sus velas, las defienden del aire si éste las quiere apagar, y las custodian hasta que su función ha acabado, y se apagan derretidas en un montón de cera multicolor.
 La fortaleza de este acontecimiento quedó fraguada en los difíciles años del período especial, cuando la escasez les privó del empleo de velas. Por ese entonces el ingenio de los pobladores y el apego a su tradición, les estimuló a fabricarlas utilizando la cera de los panales de abejas.
 “La tradición de los Fieles Difuntos no solo agrupa a las familias agramontinas, sino a muchas otras que viven fuera del poblado y vienen desde La Habana y Matanzas para asistir a esta simbólica ceremonia”, detalla el expediente presentado al certamen Memoria Viva.
 La gente se ve contenta, es como una satisfacción con el deber cumplido, hay risas en muchos rostros, aunque no dejamos de notar también lágrimas sentidas en aquellos que hace tiempo no se veían o en los que han perdido un familiar muy recientemente, pero lo más usual es la actitud complaciente, tranquila, diría que hasta relajada, con que se disfruta del suceso.
Los expertos valoran esta tradición como una fortaleza cultural sin precedentes, al tener en cuenta su alcance en el ámbito local y la influencia en la comunidad, así como la persistencia de este ritual al que asisten niños, jóvenes y adultos.
La liturgia se comparte en cada espacio. De forma inconsciente todos hacen lo mismo. Cada familia está el tiempo que les dure el encendido de sus velas, terminadas éstas, van saliendo, en un paso retórico y constante, rellenando de nuevo la calle angosta, comentando las escenas vividas y sentidas, explicando a los más pequeños, disfrutando el pedazo de noche que llevan encima con sus estrellas tintineantes que gotean.
 La celebración del Día de los Fieles Difuntos en Agramonte forma parte de las expresiones tradicionales recogidas dentro del Patrimonio Cultural Inmaterial del municipio, una fecha que se engrandece con el reconocimiento Memoria Viva y se perpetúa como expresión indisoluble del pueblo, que no la deja desaparecer.

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